Después de terminar su mastodóntica gira alrededor del álbum El madrileño y de estrenarse el documental Esa ambición desmedida (Movistar Plus+), sobre toda esa etapa que lo marcaría de forma fundamental, a Antón Álvarez le apetecía cambiar de registro, y parecía claro que sus inclinaciones estaban relacionadas con el mundo del cine.
“Yo quería dirigir”, cuenta Antón Álvarez, también conocido como C.Tanganaa Infobae España. “Lo que no sabía es que iba a ser una historia con personajes reales. Creía que si me ponía detrás de la cámara sería para hacer una ficción, pero, de repente, sentí que este paso, a través del documental conectado con la música, era un camino muy natural para mí”.
Todo empezó cuando conoció a Yerai Cortés, guitarrista flamenco que le dejó asombrado porque, como dice, “era respetado por los modernos y por los gitanos”, ya que su estilo entroncaba con la tradición pero, al mismo tiempo, con la búsqueda de nuevos caminos cercanos a la experimentación.
Estaban destinados a encontrarse y a admirarse mutuamente. Al fin y al cabo, en su trayectoria musical como C.Tanganatambién Antón Álvarez ha ido mutando a la hora de descubrir nuevos sonidos y modernizar géneros populares.
Pero más allá de esa conexión profesional, que les ha llevado a hacer un disco conjuntotambién decidieron que el proyecto fuera todavía más allá. Por eso, se embarcaron en un proceso de filmación no solo de las canciones, sino sobre todo de lo que hay detrás de ellas. O, lo que es lo mismo, del germen personal que las recorre, en este caso, un trauma familiar del propio Yerai, que se enteró después del fallecimiento de su supuesta tía de que era en realidad su hermana.
Esa noticia lo conmocionó por completo y también cambió la forma de relacionarse con aquellos que tenía alrededor. Por eso, resultaba fundamental que las personas más allegadas a su núcleo aparecieran en la película, es decir, su madre y su padreseparados desde hacía años, su pareja y sus amigos.
“Cuando conocí a Yerai, me habló del disco que estaba haciendo y que se titularía La guitarra flamenca de Yerai Cortés, en el que hablaría de su vida a través de la música, y de ese secreto que quería exorcizar. Cada canción correspondía a un capítulo de su trayectoria personal, así que tenía sentido que, si grabábamos algo en imágenes, tuviera un carácter narrativo”, continúa Álvarez.
Para Antón, la base de todo está en la emoción. “Son historias fuertes, de amor, de heridas que se quedan dentro o que se van curando con el tiempo, y aunque correspondan a una persona, creo que son bastante transversales. Creo que cada espectador que vea la película se vinculará de alguna manera con ella”.
Cuenta el director novel que, de alguna forma, todo estaba ya en la cabeza de Yerai Cortés y que él fue quien plantó la semilla del documental, que ha sido producido por pequeña españasu productora. “Solo tuve que convencerle para que se hiciese una película que fuese también el disco. Para mí, en la actualidad no existen los formatos. ¿Qué diferencia hay entre sacar un disco que tiene diez videoclips y sacar una película? Digamos que para mí, este proyecto es un híbrido entre esas estructuras”.
El resultado es La guitarra flamenca de Yerai Cortésun documental que se encargó de abrir la Sección Nuevos Realizadores en el pasado Festival de San Sebastián y que acaba de ser nominado al Goya. En ella hay estupendos momentos musicales engarzados con instantes de una enorme intimidad, componiendo una extraordinaria radiografía emocional de un personaje en busca de su propia identidad.
Cuenta el director que nunca tuvo la intención de hacer un retrato de la vida de los gitanos, sino más bien un recorrido generacional para poner de manifiesto las diferencias entre padres e hijos y cómo se maneja la gestión emocional dependiendo de las circunstancias, así como el peso de la herencia. “Nunca fue mi intención hacer nada parecido a un retrato de la comunidad gitana. En la propia película no se tiene en cuenta si eran o no gitanos, también porque el propio Yerai simboliza eso, tener una cultura mixta. Sí que me interesaba borrar los prejuicios”.
Antón Álvarez asegura que ha sido un ejercicio de liberación en el que ha intentado aproximarse a los personajes y sus problemas desde una mirada limpia y sin artificios. “Hemos cogido la cámara y hemos intentado captar las primeras impresiones sin maquillarlas”, cuenta.
Para el director, la película habla de temas universales como el amor y las relaciones familiares. Él mismo aparece en él porque no quería que la película fuera un documental convencional, tampoco un ‘biopic’ o un reportaje.
-Pregunta: ¿Qué referencias manejó?
-Respuesta: No tenía la intención de hacer un documental, sino una película con una estructura clara. Pero no dejo de ser un principiante y mantengo un poco esa inocencia, la de enfrentarme a algo sin tener muchas referencias. Si tuviera que decir alguna película vinculada a esta, sería tierra de miel (documental de origen macedonio sobre la última mujer recolectora de abejas en Europa). A posteriori me han dicho dos títulos que conectan muy bien, y que los he visto hace poco, que son Función de noche y El desencanto.
-¿Ha sentido, de alguna manera, el ‘síndrome del impostor’?
-Hace poco leí a un tipo que hablaba de que todos los artistas ahora parecíamos tener la necesidad de hacer un documental. Me parece una mirada muy pobre. Para mí hacer cine o música no están tan separados, me he enfrentado a ambas cosas de la misma manera, me gusta que todo lo que hago tengo un punto trasgresor. Para mí, hacer una película es un viaje, y hacer una canción, lo mismo. Por eso, creo que a la gente que le guste El Madrileño le gustará esta película, porque contienen la misma esencia.
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