Maria Schneider, actriz destrozada por violación simulada en El último tango en Parísse ha convertido en el emblema de la violencia contra las mujeres en el cine. Cincuenta años después, la cancelación de la proyección de la película en la Cinémathèque reaviva su trauma y nuestra indignación.
El último tango en París nació de una fantasía del director italiano Bernardo Bertolucci. Había soñado con encontrarse con una desconocida en la calle y tener relaciones sexuales con ella sin conocer nunca su identidad. Esta idea sirvió de base para el guión que desarrolló junto a su amigo Franco Arcalli.
El proyecto inicial requería un casting con Dominique Sanda para el papel principal femenino, junto a Jean-Louis Trintignant. Pero Trintignant rechazó el papel y Sanda, entonces embarazada, tuvo que renunciar. Bertolucci se centró entonces en un dúo más sorprendente: Marlon Brando, el monstruo de Hollywood, y Maria Schneider, una joven y casi desconocida actriz francesa de 19 años.
El director admiró la expresividad salvaje de Brando y lo vio como el compañero ideal para interpretar a este amante misterioso y torturado. En cuanto a Maria Schneider, se dejó seducir por su carácter rebelde e impetuoso que encajaba perfectamente con el carácter de Jeanne, esta mujer liberada pero desollada. Bertolucci quería plasmar su química en la pantalla.
Brando, que entonces tenía 48 años, acababa de atravesar un período difícil. Deprimido desde el asesinato de su compañera Dorothy Killgallen, llevaba varios años sin filmar. Aceptó el papel por una tarifa enorme y un porcentaje de las ganancias. Schneider fue una revelación del cine francés, visto en Cosas en la vida de Claude Sautet. Su temperamento fogoso y su juego instintivo convencieron a Bertolucci.
Los dos actores sólo se conocieron el día antes del rodaje y la tensión era palpable. Brando, incómodo con los diálogos, improvisaba constantemente, desestabilizando a su joven compañero. Bertolucci fomentó esta atmósfera eléctrica y deliberadamente dejó dudas en la frontera entre ficción y realidad. Quería llevar a sus actores al límite para obtener un resultado crudo y sin filtros.
Este clima de ambigüedad alcanzó su clímax durante el rodaje de la famosa “escena de mantequilla“. En este encuentro sexual increíblemente violento, el personaje de Paul sodomiza a Jeanne usando mantequilla como lubricante. Bertolucci y Brando habían planeado esta escena sin el conocimiento de Schneider. Cuando Brando le impuso esta relación forzada, su reacción de asombro y disgusto fue auténtica.
Una carrera y una vida destrozadas
Durante años, Maria Schneider cargará sola con el trauma de esta secuencia. Repetir a cualquiera que quisiera escuchar que había sentido “humillado“ y “un poco violado“tanto por su socio como por el director que había orquestado esta sórdida trampa. El propio Brando describiría más tarde el rodaje como“horrible“ y de “pornográfico“. En aquel momento, nadie comprendía realmente la gravedad de este abuso de poder.
Porque, más allá de la violencia física de la escena, es toda la ética del rodaje la que plantea interrogantes. Al romper la frontera entre el juego y la realidad, al traicionar la confianza de su actriz, Bertolucci cruzó una línea roja. Mantuvo la confusión entre violación simulada y violación real, pisoteando el consentimiento y la dignidad de Schneider en el proceso. Un crimen simbólico del que ella siempre cargará con el estigma.
Aún hoy, María Schneider aparece como una víctima sacrificada en el altar de “genio“ y el “transgresión“. Aplastada por una industria dominada por hombres, su trágico viaje pone de relieve la misoginia latente de la industria y su desprecio por la integridad de las actrices. En cierto sentido, el destino de Schneider prefigura el de otras actrices destrozadas como Adèle Haenel.
Y El último tango hizo a Maria Schneider mundialmente famosa, también inició su descenso a los infiernos. Profundamente herida por esta experiencia, la actriz nunca se recuperó del todo. Asociada a su pesar a esta imagen sulfurosa, interpretó papeles de jóvenes torturadas e inestables, sin encontrar nunca la oportunidad de brillar.
Peor aún, la película se ha convertido en una auténtica maldición. Schneider se hundió en las drogas y la depresión, haciendo múltiples intentos de suicidio. Su fragilidad psicológica puso en grave peligro su carrera. Considerado como “inmanejable“ por los productores, se convirtió “no asegurable“ y se encontró en la lista negra de Hollywood después de haber cerrado de golpe la puerta en varios rodajes.
Hasta el final de su vida, en 2011, Maria Schneider luchó por liberarse de esta carga. Amurallada en silencio durante mucho tiempo, acabó contando su terrible experiencia, con la esperanza de cambiar las mentalidades en el cine. A través de su historia quiso advertir a las jóvenes actrices y denunciar la omnipotencia de directores dispuestos a todo para conseguir sus fines. Su testimonio adquiere hoy una resonancia particular.
50 años después, la polémica continúa
Medio siglo después de su lanzamiento, El último tango en París continúa dividiéndose. Adorada durante mucho tiempo por la crítica como un pico de transgresión y audacia, la película ahora ha sido superada por su pasado tóxico. Muy recientemente, en diciembre de 2024, la proyección prevista en la Cinémathèque française revivió el debate. Feministas y sindicatos en funciones han llamado a un boicot, exigiendo que se “advertencia clara“ se dará antes de la transmisión.
Para ellos, es urgente recordar las condiciones abusivas del rodaje y la angustia de Maria Schneider. Incluso si eso significa pasar por “censores“se niegan a apoyar la glamorización de una obra que lleva en sí la huella de una violación. Ante las protestas, la Cinémathèque acabó cancelando la proyección. Una admisión implícita de la urgencia de reexaminar la historia del cine a la luz de las voces de las mujeres.
Porque al celebrar ciegamente esta “obra maestra” misógina sin perspectiva crítica, perpetuamos la cultura del silencio y la omertá que ha reinado durante mucho tiempo en el 7º Arte. Seguimos evitando preguntas incómodas sobre el consentimiento y el abuso de poder, en favor del mito de “el todopoderoso artista-tirano“. Un sistema que se está quedando sin fuerza y que por fin empieza a resquebrajarse.
Más que una película, El El último tango en París es el símbolo de una época pasada en la que el deseo de los directores prevalecía sobre la dignidad de las actrices. Al hacer de Maria Schneider un daño colateral en su obra, Bertolucci reveló su verdadero rostro y el de un cine construido sobre la dominación masculina. Un modelo arcaico y tóxico que es urgente deconstruir. ¡La última pelea de Maria Schneider no habrá sido en vano!
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