Parafreseando al gran protagonista de esta película «todo lo que toca la luz» podría ser una descripción bastante adecuada para los largometrajes, cortometrajes y series de televisión realizados por Barry Jenkins en colaboración con su fiel director de fotografía James Laxton. Tanto en Luz de la luna, Calle El blues de Beale y El ferrocarril subterráneo, el cineasta deja su impronta personal y juega con las luces —o la ausencia de ellas— y el tiro de cámara para potenciar a personajes cuya representación ha quedado tan olvidada en la historia como en la gran pantalla.
A falta de conocer cuáles serán sus futuros proyectos, podríamos decir que Jenkinses, sin lugar a dudas, uno de los directores independientes más interesantes del momento. De ahí, que resultase sorprendente que aceptase liderar una precuela de Disney. Y no porque tengamos prejuicios encontrados con que el gigante de la animación solo se surta de historias ya conocidas para seguir haciendo caja —en marzo de 2025, tendremos una nueva versión de Blancanieves—, sino porque, a priori, parece una película en la que resulta difícil que este artista encuentre la forma de mostrar la personalidad, delicadeza y brillantez de sus trabajos anteriores.
¿Es impresionante a nivel técnico? Desde luego. El fotorrealismo del CGI capta a la perfección tanto el pelaje como los músculos y la forma de andar y correr de cada uno de los personajes, ya sean un león, un suricato, un jabalí o un babuino. Los paisajes prácticamente se pueden tocar e, incluso, se resuelve con cierto éxito la falta de expresión de los animales algo disecados que poblaban la versión ‘real’ que estrenaron en 2019. Que los animales sean capaces de expresar sus emociones hace que la aventura resulte más convincente y entretenida que la de hace cinco años.
Sin embargo, qué irónico, que, cuanto mejor se ha vuelto nuestra tecnología, menos imaginativas se hayan vuelto las películas. A día de hoy podríamos ver El Rey León original, el animado a mano estrenado en 1994, y encontraríamos una epopeya salvaje y conmovedora que en 88 cortos minutos parece deslizarse sin esfuerzo de la gran tragedia al surrealismo, de ahí, a la aventura más trepidante y, a su vez, a un emocionante thriller de venganza.
La producción de Favreau de 2019 pudo haber recaudado más de mil millones de dólarespero para el público que creció con la versión anterior fue un palimpsesto débil, un documental sobre la naturaleza falso y poco elegante que regurgitó sin vida la misma historia que ya conocíamos. mufasa peca un poco de lo mismo.
Sí, se sirve de la nostalgia propia de estas cintas, pero, al menos innova en su trama y aporta un plus que ni siquiera sabíamos que necesitábamos: narrar el origen del Rey de la Sabana y su enfrentamiento con Cicatriz. La historia se cuenta en flashbacks y presenta a Mufasa como un cachorro huérfano, perdido y solo hasta que conoce a un simpático león llamado Taka, heredero de un linaje real. Este encuentro casual pone en marcha el largo periplo de un extraordinario grupo de inadaptados que buscan su destino.
Que sea a partir de una fábula contada a Kiara, la joven cachorra de Simba y Nalapor el viejo y sabio mandril un amigo durante una noche de tormenta en la que espera la llegada de su nuevo hermano le otorga cierta magia al conjunto. Desafortunadamente, también asisten Timón y Bombados personajes que sirvieron como un encantador alivio cómico en los filmes anteriores y que aquí, en cambio, se entregan a una serie de bromas algo forzadas.
Para ser justos, hay que reconocer que uno sabe lo que va a ver cuando entra en la sala de cine. mufasa está concebida para el público más joven con unas canciones y un humor travieso que, aunque en el momento, puede que nos conmuevan, solo serán memorables para los más pequeños. De hecho, la banda sonora está escrita por Lin-Manuel Mirandaque Disney nos vende una y otra vez como el nuevo Alan Menkenel gran compositor de la compañía, pero no roza la majestuosidad de su época dorada. Como tampoco se aproxima a la eternidad de los incuestionables himnos creados por Hans Zimmer y Elton John para la película de animación. Y eso que cada canción parece tener su equivalente con El Ciclo sin fin, Yo voy a ser rey león oh Es la noche del amor.
Pese a todo, conviene reconocer la majestuosidad visual de la película y el buen trabajo que hace al responder preguntas que se habían quedado en el tintero durante los últimos 30 años. ¿Scar y Mufasa eran enemigos desde que nacieron? ¿Cómo se enamoraron Mufasa y Sarabi? ¿Qué provocó la cicatriz que da a Scar su nombre? Este mayoría de edad sabánico tenía enormes huellas que llenar y, aunque no lo hace por completo, su trama se abre camino de manera conmovedora hacia un final que, al menos, rinde un homenaje espectacular a la original.
Mientras los mayores siempre tendremos presente en la retina que cualquier tiempo pasado fue mejor, los más pequeños se quedarán enganchados a la pantalla. Y quizá, ahí radica la verdadera grandeza de un Rey como Disney, que siempre tiene una nueva generación a la que asombrar y emocionar.