Al retomar la trama donde la primera Gladiador nos había dejado –es decir, con una buena dosis de emoción y una amarga mezcla de sangre y arena–, esta secuela muestra una noble ambición: devolver la grandeza romana a la gran pantalla. ¿Recomendable? Sí. ¿Exitoso? No precisamente. Al querer reservarnos con demasiada frecuencia la epopeya de la primera obra, Gladiador II se estanca en una especie de “renacimiento” nostálgico, donde a veces resulta difícil distinguir lo nuevo de lo viejo.
Desde el punto de vista visual, también esperábamos un placer para la vista, pero nos quedamos algo insatisfechos, como una ensalada César sin salsa: los efectos especiales habrían merecido más picante (especialmente durante la lucha entre gladiadores y “perros”). rabioso). Para una película de esta magnitud, uno llega a preguntarse si parte del presupuesto astronómico no se ha evaporado en la arena del Coliseo.
Afortunadamente, algunos combates cuerpo a cuerpo lo compensan: al capturar la esencia cruda de la épica y ofrecer acción intensa, estas secuencias recuerdan a grandes clásicos como Ben-Hur, Espartaco y… GladiadorPor supuesto. Extrañaría más que eso.
En cuanto a Paul Mescal, nuestro nuevo gladiador, sigue siendo la verdadera estrella de esta secuela. Con una intensidad que casi haría olvidar las debilidades del guión, interpreta a un Lucius atormentado y decidido a la vez, e incluso logra rendir homenaje a la valentía y el honor que aportó Russell Crowe en la primera película. Y eso no es nada.