[Cinéma] Guerra Civil, Estados Unidos al borde de la implosión

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Vemos carteles por todas partes en las calles y en el transporte. Los medios nos la vendieron como una película política absolutamente esencial. Y, de hecho, había motivos para sentirse intrigado al leer la sinopsis. Escrita y dirigida por Alex Garland, guionista de La playa y 28 días despuésambas dirigidas por Danny Boyle a principios de la década de 2000, Guerra civil se nos presenta como una película de anticipación que imagina nada más y nada menos que la disolución de los Estados Unidos de América en un clima de guerra civil. La división sociológica existente entre los estados centrales, proclives al voto republicano, y los estados más ricos de las costas oeste y este, vencidos al voto demócrata, auguraba una película fascinante en el plano político.

Lamentablemente, nuestra curiosidad como espectador se disipa rápidamente y nuestras esperanzas se desvanecen cuando los primeros minutos de la película evocan una alianza improbable entre California y Texas (!). Por lo tanto, entendemos que la historia de Alex Garland no se basará en ninguna realidad electoral o sociológica tangible. En cambio, el director nos ofrece otra película de supervivencia, en la que un equipo de periodistas experimentados, acompañados por un joven principiante, recorren las carreteras del país para entrevistar al presidente de los Estados Unidos en Washington antes de su inminente caída.

Del periodismo al voyeurismo

Así, bajo los planteamientos de película de carretera Con un tono vagamente político, la historia juega con la acumulación más o menos sensacionalista de situaciones impactantes para subrayar el supuesto heroísmo de los reporteros de guerra. El periodismo, la profesión más odiada y más comúnmente despreciada por todas las democracias occidentales debido, en particular, a su propensión a manipular la opinión pública, a abusar del sensacionalismo y a la demonización de todo tipo, no necesariamente encontrará en Guerra civil su mejor alegato. Todos tenemos presentes las mentiras y falsificaciones de los periodistas occidentales enviados a Yugoslavia en los años 90, y particularmente a Bosnia (no podemos recomendar leer lo suficiente). La cruzada de los locos, de Diana Johnstone, publicado por Éditions Critique). La película nos ofrece así, sin querer, un retrato desfavorable de los periodistas.

Mantenidos en una neutralidad ilusoria, con sus cámaras listas para ametrallar a los muertos de todos los lados ideológicos, estos se nos presentan a lo largo de la historia como una colección de carroñeros cuyo voyerismo debería, en última instancia, comunicarse al espectador. Porque con su llamativa puesta en escena, el cineasta busca nada menos que establecer una complicidad enfermiza entre nosotros y sus personajes. Conmocionante, la trama concluye laboriosamente con una resolución incómoda y esperada donde el presidente revela en una respuesta final las raíces profundas de su compromiso político: mirarse el ombligo y la bajeza de visión. Nihilismo libre, chic e impactante, para complacer al espectador bohemio que ya no cree en nada.

1 estrella de 5

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