Michel Barnier, nombrado el 5 de septiembre, tardó 17 días en formar su gobierno. Para François Bayrou, que ocupó su puesto el 13 de diciembre, sólo habrán pasado diez días desde que debería hacerlo este lunes, antes de Navidad. Eso no le convierte en un monstruo de la diligencia: habrá que esperar hasta el 14 de enero y su declaración de política general, es decir 24 largos días, para que se despeje el misterio sobre su proyecto. A modo de comparación, hubo que esperar once días para conocer la de su predecesor, salvo que Matignon había filtrado algunas ideas en materia de reducciones de tasas y aumentos de impuestos, debido a una emergencia presupuestaria.
Tres meses después, aunque parezca una misión imposible, la prioridad absoluta sigue siendo la elaboración de una ley de finanzas. Dado el caos político, el resto, lamentablemente, se vuelve casi incidental. Sin embargo, aparte de algunas aclaraciones proporcionadas el jueves por la noche en France 2, que a veces olían a falta de preparación, no sabemos nada o muy poco de las intenciones de François Bayrou. En esta etapa, el “qué” se ha desvanecido en favor del “quién”: qué gobierno y con qué pesos pesados. El centrista pretende tomarse su tiempo, permitiéndose incluso el lujo (que, sin embargo, no tiene) de confundir la mente de la gente.
¿Qué significa querer “retomar sin suspender” la reforma de las pensiones? ¿A qué se debe esta moda de prometer buscar “nuevas soluciones” de aquí a septiembre recuperando al mismo tiempo el complicadísimo sistema de puntos? Le hubiera gustado situar la incandescente cuestión de las pensiones en el centro de posibles futuras elecciones legislativas en el otoño de 2025, pero no lo habría hecho de otra manera… Como si esa fuera la emergencia.
Es el momento de los deseos. Digamos que François Bayrou y su futuro gobierno encuentran una brújula. Y rápidamente.
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