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Marruecos: La bomba demográfica amenaza

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Marruecos avanza lentamente hacia un punto de inflexión decisivo. No es una revolución ruidosa ni un levantamiento deslumbrante, sino un fenómeno furtivo, casi imperceptible, que se afianza y vuelve a dibujar los contornos de nuestra nación. El gran salto demográfico de Marruecos, que alguna vez fue una fuente de vitalidad, está experimentando su ocaso. Las cifras no mienten: nuestro país, alguna vez joven y vigoroso, está viendo cómo su tasa de crecimiento se desacelera peligrosamente. La alerta es discreta, pero merece resonar en todas las mentes conscientes de los desafíos que se avecinan. Con cada momento que pasa sin actuar, cavamos el surco de una crisis cuya profundidad aún es insospechada. Y esto no es un escenario de ciencia ficción ni una especulación alarmista, sino una realidad confirmada por cifras y tendencias.

Hace apenas unas semanas, el Alto Comisionado para la Planificación (HCP) lo confirmó con escalofriante frialdad: la población sigue aumentando, pero es un soplo, una sombra de lo que era. Entre 1960 y 2000, la tasa de crecimiento demográfico alcanzó picos del 30% por década. Hoy está estancado en un 9% y, peor aún, el crecimiento anual ha caído por debajo de la marca simbólica del 1%. Esta desaceleración, lejos de ser trivial, revela el comienzo de una gran crisis y oculta un tsunami social. La tasa de natalidad, que alguna vez fue floreciente con 7 hijos por mujer en la década de 1960, ha caído a menos de 2. Un avance que con demasiada frecuencia se saluda como progreso, sin percibir el espectro del envejecimiento acelerado que oculta.

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En esta transición demográfica, la institución familiar, fundamento histórico de nuestra sociedad, se tambalea. El tamaño de los hogares se está desplomando: por primera vez cae por debajo del umbral de cuatro personas. Los hogares que acogen a varias generaciones tienden a desaparecer, llevándose consigo una tradición de solidaridad intergeneracional. Esta modernidad, lejos de ser trivial, pone en duda la esencia misma de nuestra identidad colectiva. Y, sin embargo, detrás de esta agitación se esconde una realidad aún más brutal. El Marruecos actual es un país joven, con más del 30% de su población menor de 25 años. Pero esto” dividendo demográfico », esta riqueza humana, podría convertirse en una carga en las próximas décadas. En 2050, una cuarta parte de la población marroquí tendrá más de 60 años. Un envejecimiento que no augura nada bueno para un Estado que ya se enfrenta a retos sociales y económicos colosales. Ésta es la imagen que emerge, cruel, implacable.

¿Las consecuencias? Una explosión de los costos sociales, un sistema de jubilación al borde de la implosión y una fuerza laboral en declive ante el envejecimiento de la población. Este panorama oscuro e implacable no es inevitable, pero requiere conciencia inmediata. ¿Dónde están las políticas visionarias para contrarrestar esta espiral? ¿Dónde está el coraje político para anticipar, prevenir y actuar? Éstas son las verdaderas preguntas.

Fomentar una tasa de natalidad reflexiva y sostenible es un primer paso. Apoyemos a las familias jóvenes con medidas concretas: incentivos fiscales, guarderías accesibles, permiso parental real. Pero eso no será suficiente. Marruecos también debe repensar su sistema educativo para convertirlo en una herramienta de emancipación y adaptación a los desafíos del mañana. No se trata de producir graduados, sino ciudadanos capaces de realizar las aspiraciones de una nación.

Las mujeres, por su parte, son la clave de esta renovación. Su plena integración en el mercado laboral es una necesidad económica y social. Al abrirles las puertas al emprendimiento y la responsabilidad, les damos el poder de transformar no sólo su propio destino, sino el de todo el país. También debemos asumir otro desafío, igualmente esencial: restaurar la confianza en nuestra juventud, la fuerza motriz de nuestra nación. Nuestros jóvenes son nuestros constructores del mañana, pero hoy se topan con muros: desempleo, desigualdades, falta de perspectivas. Por último, la emergencia sanitaria y social del envejecimiento ya no puede esperar. El Estado debe construir infraestructura adecuada, fortalecer los servicios de salud y repensar nuestros sistemas de jubilación para que no se conviertan en una carga insoportable para las generaciones futuras.

El silencio ante esta crisis demográfica es un acto de complicidad, una abdicación ante el futuro. Todavía hay tiempo para subir el listón, reinventar el modelo marroquí y sentar bases sólidas para una sociedad más justa, más inclusiva y más resiliente. Pero cada día que pasa sin actuar es demasiado. Suenan las alarmas. ¿Escucharemos su llamada o seguiremos siendo espectadores de un naufragio previsto? ¿Qué hacemos ante esta lenta pero segura erosión de nuestro equilibrio demográfico? Ante esta amenaza, el silencio no es una opción. Es imperativo repensar las políticas públicas con una visión de largo plazo siempre que los responsables tengan el coraje de enfrentar la realidad.

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