“Es nuestra burbuja”. Roger*, de 70 años, Sabrina*, de 36 años, y Adèle, de 51 años, se reúnen todos los jueves por la mañana, a las 9 h, en una sala del servicio de oncología del hospital de Quimper. Este pequeño grupo, al que le falta una cuarta persona que estuvo ausente este jueves 19 de diciembre, participa en un ciclo de 12 sesiones de musicoterapia orquestadas por Cécile Fourage. Aquí, los instrumentos reemplazan a las palabras y la música se convierte en un medio de curación de una manera diferente.
Un paréntesis atemporal
El objetivo de estas sesiones es claro: ofrecer una burbuja de respiro y de compartir, lejos del peso de la enfermedad. “La enfermedad aisla, pero aquí nos encontramos. La música se convierte en un medio de expresión que va más allá de las palabras”, explica Cécile Fourage, musicoterapeuta.
Cada sesión sigue una estructura bien establecida que combina progresión y amabilidad. Desde el principio, las relajantes notas del arpa sumergen a los participantes en una atmósfera reconfortante. A este momento introductorio le sigue un intercambio donde todos dan sus novedades. “Es un momento para ti. Nos escuchamos y compartimos”, confiesa Sabrina.
Luego viene el calentamiento: algunos ejercicios articulares y movimientos sencillos para relajar cuerpo y mente, y situarte en tu “burbuja”. “Esto le permite estar disponible para el futuro”, especifica el especialista.
Cuando el sonido se convierte en lenguaje
El corazón de la sesión reside en ejercicios rítmicos e improvisaciones sonoras, donde los participantes exploran libremente las posibilidades de los instrumentos. No hace falta ser músico: aquí todo se basa en escuchar y sentir. “No intentamos tocar en sintonía, sino conectarnos”, enfatiza el musicoterapeuta. Panderetas, kalimbas, cuencos tibetanos, maracas… Cada instrumento se convierte en una puerta de entrada a emociones insospechadas. “Buscamos a tientas y, de repente, nos entendemos sin hablar. Es mágico”, dice Roger y añade: “¡Viajamos! “.
A estos momentos de creación colectiva les sigue un momento de intercambio, donde cada uno pone en palabras su experiencia. “Trabaja la memoria, pero también las emociones. Aprendemos a escuchar y a verbalizar lo que sentimos”, explica Cécile Fourage.
La sesión termina con una sesión final de escucha musical, elegida por su musicoterapeuta, una conclusión relajante para este interludio atemporal.
En su quinta sesión, los participantes ya sienten los beneficios de estas sesiones: mejor concentración, nueva confianza en sí mismos y energía positiva para afrontar los desafíos cotidianos. “Aquí no somos gente enferma. Somos personas que creamos, que compartimos”, afirma Adèle, resumiendo el espíritu de estos encuentros.
¿Y después?
Cuando el ciclo termina en febrero, surge la pregunta de qué viene después. “Estas sesiones crean una dinámica fuerte y es importante pensar en un seguimiento para no detener todo de repente”, explica Cécile. Los participantes esperan ampliar esta experiencia, de una forma u otra.
En este espacio donde la música prima sobre las palabras, todos encuentran un medio de expresión, alivio y una nueva forma de vivir la enfermedad. Como bien dice Roger: “Aquí nos olvidamos de la enfermedad”.
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