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En Messanges, la Casa de la Alpargata sigue dando vida a la artesanía landesa

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lEl taller de la Maison de l’espadrille tiene la sensación de ser una cápsula del tiempo. En este lugar marcado por el ruido de las máquinas de coser, los golpes regulares de los instrumentos que ajustan las suelas de cuerda y el soplo de los hornos que moldean la goma de los zapatos, todo parece congelado en el tiempo. Instalada desde 2010 en un enorme almacén de 2.200 metros cuadrados, situado al final del Chemin du Pey-de-l’Ancre, en Messanges, la empresa cuenta por sí sola una parte de la historia de la artesanía francesa. Sus responsables, los dos hermanos Jean-Claude y Alain Arauzo, de 64 y 60 años, estaban inmersos en el mundo de las alpargatas. “Nuestros padres crearon la Maison de l’alpargata en 1960 en Oloron (64), dice el mayor, nos hicimos cargo del negocio con la ambición de hacerlo crecer. »

Conocimientos únicos

Una quincena de artesanos trabajan actualmente en esta fábrica que produce cerca de 500.000 pares de alpargatas cada año. Cada uno de ellos cumple una tarea específica, desde cortar la tela hasta moldear la suela, pasando por coser la lona y encordar el zapato. Los materiales que utilizan proceden mayoritariamente de España, a excepción del hilo de coser, que se importa de Bangladesh. En cuanto a las máquinas utilizadas, “están en su jugo original”, ríe Jean-Claude Arauzo, señalando la estructura de una de las inmensas máquinas utilizadas para coser las suelas; “Éste data de los años 50”, indica su hermano Alain desde el otro extremo del taller.

Las cosas han cambiado mucho desde que los pequeños Arauzos veían a su madre tejer la cuerda de las alpargatas en el taller de la casa familiar. “Con las fábricas de Mauléon, somos los últimos fabricantes de alpargatas artesanales”, alardea Jean-Claude. Parte del know-how original todavía impregna los muros de la empresa y guía las acciones de sus empleados. Una de ellas, Delphine, trabaja en la casa de la alpargata desde hace tres años. En palabras de Jean-Claude Arauzo, su postura es la más tradicional. La mujer de 45 años suela la alpargata. Sobre su banco de trabajo hay un disco de metal del que emergen tres varillas, regulables según la talla del zapato. Después de colocar la cuerda cruda alrededor de las puntas, la artesana gira la placa con un movimiento rápido y preciso para enrollarla sobre sí misma y formar así la base del zapato.


Delphine aprendió a hacer suelas de alpargatas en seis meses.

Isabelle Louvier / SO

Esta antigua enfermera liberal aprendió la profesión en el trabajo de su predecesora, que trabajó en la empresa durante 36 años. Al verla repetir mecánicamente el mismo gesto, uno podría imaginar que sus días son alienantes, pero Delphine no está de acuerdo. “Dependiendo de las tallas o del tejido utilizado, hay sutilezas en la suela que me obligan a adaptar mi trabajo”, afirma con una sonrisa, “es un oficio antiguo que requiere un saber hacer único. »

Futuro incierto

El mercado de las alpargatas ya no es tan atractivo como antaño, Jean-Claude Arauzo lo sabe. “Intentamos renovarnos y acercarnos lo más posible a las tendencias para que la alpargata esté a la última”, explica el empresario, presentando varios modelos de su última colección, como el estampado de pantera que vuelve a estar de moda y que Decidimos ofrecer en varios modelos. » La Maison de l’espadrille tiene nueve tiendas en el suroeste, pero también trabaja principalmente con minoristas del centro de la ciudad. La pérdida de atractivo de estos espacios preocupa al directivo: “Cada año perdemos clientes porque las zapateras cierran una tras otra”, lamenta.


La Maison de l’alpargata produce cerca de 500.000 pares cada año.

Isabelle Louvier / SO

Optimista por naturaleza, Jean-Claude Arauzo no está demasiado preocupado por el futuro de su negocio. “Es cierto que la artesanía ya no es un sueño, las profesiones que se encuentran en nuestro taller están en declive. Pero hasta ahora siempre hemos conseguido encontrar mano de obra, se tranquiliza, hemos recuperado artesanos de las fábricas de los alrededores que con el tiempo han cerrado. » Por su parte, este hombre de sesenta años no dice estar dispuesto a parar: “Mi madre trabajó en la fábrica hasta los 88 años”, sonríe, “creo que mientras pueda estar en pie, A mí también me gustaría seguir haciendo alpargatas. » El día que decida pasar el testigo, seguramente podrá contar con otro miembro de la familia: dos de sus hijos y su sobrina ya trabajan en la empresa. Entre los Arauzo, las alpargatas se han transmitido de generación en generación durante casi medio siglo y muchos años más.

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