mien 1941, en La Resistible Ascensión de Arturo Uise preguntó Bertolt Brecht: ¿por qué, en la historia, se han ignorado ciertos peligros, por obvios que sean, conduciendo a las tragedias esperadas, cuando podrían haberse evitado?
Su observación es clara: de la calidad o, por el contrario, de la mediocridad de los hombres que afrontan estos acontecimientos depende el desenlace feliz o trágico de la historia. Así, un delincuente de bajo nivel sigue siendo sólo un pequeño delincuente si no tiene frente a él a hombres poderosos que de repente acceden a portarse mal. Hoy está claro que la última frase de la obra de Brecht parece haber sido olvidada: “Aprendes a ver, en lugar de tener los ojos muy abiertos. El útero todavía es fértil…”
¿Vemos lo que está sucediendo ante nuestros ojos? ¿Queremos finalmente aprender a ver? ¿De qué sirve haber hecho estudiar historia a nuestros hijos, de haber cultivado el deber de la memoria, de haber blandido el “nunca más” para no poder actuar cuando es necesario, como paralizados por la tragedia que se avecina?
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Fue a través de una oleada de mezquino narcisismo que llegó el peligro. Narciso es quien, a fuerza de contemplar su reflejo en el agua de un estanque, acaba cayendo al agua y ahogándose. El narcisismo es un vicio fatal: ciertamente proporciona la leve intoxicación de contemplar la propia imagen, pero también nos convierte en seres irresponsables, ciegos ante el peligro que nos rodea.
En política, el narcisismo, ya sea del lado del poder o de quienes desean acceder a él, es un mal banal e intrascendente, salvo en el caso de circunstancias excepcionales y peligrosas. Porque, cuando la democracia está en peligro, la satisfacción de posturas se convierte en sinónimo de gran peligro.
Volver a poner la política al servicio del interés general
Veamos en su lugar. La precipitada disolución había revelado la firme voluntad de los franceses de no ceder el poder a la Agrupación Nacional. [RN] negándose a conceder a este partido una mayoría. Ésta fue la única lección clara de las elecciones legislativas.
Sin embargo, es exactamente el camino opuesto al que emprendió Emmanuel Macron: al elegir un primer ministro de un partido que se había negado a bloquear al RN, convirtió a la mayoría en el poder en el juguete del partido que los franceses no querían gobernar. A partir de entonces quedó claro que este último obligaría al gobierno a hacer lo que quisiera.
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