La detención de Benyamin Netanyahu en suelo francés, objeto de una orden de detención internacional emitida por la Corte Penal Internacional (CPI), está suscitando tanto debate como parece improbable. Entre imperativos legales y cuestiones diplomáticas, el jefe del gobierno israelí sigue sólidamente protegido.
En el derecho internacional, una norma bien establecida protege a los jefes de Estado en ejercicio: disfrutan de inmunidad de jurisdicción penal ante tribunales extranjeros. Esta inmunidad, conocida como inmunidad ratione personae, está consagrada en el derecho consuetudinario y tiene como objetivo impedir que los procedimientos judiciales se utilicen con fines políticos, desestabilizando así las relaciones internacionales.
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Este principio fue confirmado en 2002 por la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en el caso orden de arresto (Congo contra Bélgica). Luego, el Tribunal dictaminó que los altos funcionarios de un Estado, incluidos los Jefes de Estado y de Gobierno, gozan de inmunidad total durante el ejercicio de sus funciones, independientemente de la gravedad de las acusaciones formuladas contra ellos.
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Francia, como Estado respetuoso del derecho internacional y actor importante en el escenario diplomático, aplica escrupulosamente este principio. En enero de 2021, el Tribunal de Casación recordó que “La costumbre internacional impide que los jefes de Estado en ejercicio puedan […] ser objeto de procesamiento ante los tribunales penales de un Estado extranjero”. Por lo tanto, este marco legal protector se aplicaría a Benjamín Netanyahu mientras permanezca al frente del gobierno israelí.
El delicado equilibrio de la diplomacia francesa
Si la inmunidad consuetudinaria ofrece una barrera legal sólida, también es parte de un marco diplomático donde cada decisión puede tener consecuencias importantes. Francia, que mantiene relaciones estratégicas e históricas con Israel, se encuentra en una posición en la que debe conciliar su compromiso contra la impunidad de crímenes graves y la preservación de sus vínculos bilaterales con Tel Aviv.
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Un precedente notable arroja luz sobre esta situación: en 2009, la Corte Penal Internacional emitió una orden de arresto contra el ex presidente sudanés Omar al-Bashir por genocidio y crímenes contra la humanidad. Durante sus viajes a países signatarios del Estatuto de Roma, como Sudáfrica, las autoridades locales se negaron a arrestarlo, invocando precisamente la inmunidad de los jefes de Estado en ejercicio. Esta elección, sin embargo, provocó una viva controversia jurídica y diplomática, y la justicia sudafricana consideró posteriormente esta decisión contraria a sus obligaciones internacionales.
En el caso de Benjamín Netanyahu, Francia difícilmente podría ignorar las consecuencias de tal arresto. Una decisión tan radical correría el riesgo de comprometer la cooperación bilateral en cuestiones delicadas como la lucha contra el terrorismo o el comercio.
La probabilidad de que la CPI emita una orden de arresto internacional contra Benjamin Netanyahu sigue siendo, por el momento, hipotética. Las acusaciones relacionadas con la expansión de los asentamientos israelíes y los presuntos crímenes de guerra en los territorios palestinos ocupados siguen alimentando el debate en los organismos internacionales. Sin embargo, incluso si se emitiera tal mandato, su aplicación en suelo francés sería muy poco probable, debido a las protecciones legales y los imperativos diplomáticos ya mencionados.
En resumen, la combinación de una inmunidad consuetudinaria sólidamente establecida y cuestiones geopolíticas cruciales hace que el arresto de Benjamín Netanyahu en suelo francés sea prácticamente imposible. Para París, cualquier acción contra un jefe de Estado en ejercicio sigue siendo no sólo una cuestión de derecho, sino también una elección estratégica con consecuencias incalculables.
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