Ciertamente, las causas de esta situación suelen ser antiguas y las consecuencias previstas por los expertos. La fragilidad de algunos sitios de Michelin, como las dificultades de Auchan o los problemas del transporte ferroviario con las decisiones de la Unión Europea, se conocen desde hace tiempo. Pero la incapacidad del gobierno para tomar medidas para remediar esto es un desafío. Paralizado por la inestabilidad política, un déficit abismal y unas perspectivas económicas preocupantes, posiblemente agravadas por la nueva política aislacionista de los Estados Unidos, el Primer Ministro no ha dado hasta la fecha ninguna respuesta al creciente malestar. Mejor aún, sugiere que se esperan más malas noticias, lo que acentúa la ansiedad de las categorías sociales menos favorecidas.
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Los ingredientes de una crisis social van unidos al corolario de un movimiento de protesta. Las organizaciones sindicales, todavía magulladas por su derrota durante la reforma de las pensiones y por el desprecio por el diálogo social mostrado por los gobiernos anteriores, parecen decididas a lanzarse a una nueva batalla con aires de venganza. En las próximas semanas, los trabajadores ferroviarios y los funcionarios públicos han planeado lanzar un movimiento cuya escala nadie puede anticipar. En un clima político tan tenso como ilegible, la superposición de tres crisis corre el riesgo de hundir al país en un callejón sin salida duradero.
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