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¿Suiza sigue siendo una meritocracia?

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Nicolás Jutzet


subdirector del Instituto Liberal

Publicado el 29 de septiembre de 2024 a las 19:24 / Modificado el 29 de septiembre de 2024 a las 19:24

El taller de la libertad

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En una sociedad libre, el éxito de los demás debería, en principio, hacernos felices. Porque ya no se basa, todavía en teoría, como antaño, en privilegios arbitrarios ajenos al mérito personal. De hecho, si bien los privilegios de sangre y el amiguismo están oficialmente prohibidos en la mayoría de las sociedades democráticas avanzadas, es evidente que ciertos patrones de reproducción social siguen vigentes.

Dependiendo de la estructura política de un país, la meritocracia –este ideal de organización social que apunta a recompensar a los individuos en función de sus méritos y no de su origen social– puede parecerse a una forma embellecida de heritocracia, en la que una élite encuentra otras formas de bloquear sutilmente o frenar el avance social. Sin embargo, en una verdadera meritocracia, esta fluidez de estatus sociales debe garantizarse en ambas direcciones. Así, no sólo es deseable que quienes lo merecen puedan escapar de una situación desfavorable, sino también que quienes se benefician de una situación privilegiada, sin mérito, puedan perderla si toman decisiones desastrosas. Los ganadores de ayer no tienen por qué ser necesariamente los ganadores de hoy o de mañana. De lo contrario, dentro de un sistema con baja movilidad social, se extiende la desconfianza hacia el éxito del prójimo, porque nos parece sospechoso y desanimado, por falta de perspectivas de cosechar algún día los frutos del esfuerzo. Al mismo tiempo, una epidemia de Schadenfreude – la alegría que sentimos ante la desgracia ajena – se extiende. Comenzando un círculo vicioso.

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