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Niños franceses retenidos en campos en Siria: “¡Es una vergüenza para Francia!”

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En agosto, por fin pudieron conocer a sus dos nietos, de 6 y 7 años, nacidos en cautiverio: “Al principio estaban un poco intimidados, pero todo salió bien. Carecen de todo y viven en tiendas de campaña en condiciones materiales y sanitarias deplorables”. Durante este viaje al campo de Roj, en el Kurdistán sirio, donde se encuentran retenidas mujeres yihadistas y sus hijos, también pudieron sostener en sus brazos el frágil cuerpo de su hija, a la que no veían desde hacía nueve años. “La sentíamos muy cansada y agotada”.

Esta pareja forma parte de los siete abuelos que han viajado este verano con Marie Dosé, abogada del Collectif des familles unies, y Matthieu Bagard, copresidente de Abogados sin Fronteras, a los campos de refugiados kurdos, donde languidecen 120 niños franceses y sus madres.

Durante una conferencia de prensa celebrada el miércoles 18 de septiembre, estos abuelos en duelo y varias organizaciones lanzaron un nuevo llamamiento para la repatriación inmediata de todos los ciudadanos franceses.

“Los kurdos nos piden que los aceptemos de nuevo”

Durante este viaje de verano, los abogados, mandatados por el Consejo Nacional de Abogados (CNB), no sólo tuvieron acceso a los campos de refugiados, sino también a los centros de rehabilitación de Orkech y Houry, donde son llevados los niños cuando son adolescentes, así como a la prisión de Alaya.

“Allí se encuentran detenidos seis niños franceses, entre ellos jóvenes adultos y un menor de edad. La prioridad es traerlos de vuelta. Su estado físico y psicológico es catastrófico, es incluso una cuestión de vida o muerte. Tras una primera visita en febrero, solicitamos su repatriación al Quai d’Orsay. La falta de respuesta corresponde a una negativa implícita. Sin embargo, los kurdos nos piden que los aceptemos de vuelta”, explica Marie Dosé, que lee extractos de las cartas en las que solicitan su regreso.

“Lo olvidamos y lo dejamos morir”

En cada carta, la misma angustia: A., nacido en Toulouse en 2002, que sufre dolores intensos tras ser gravemente herido por la metralla de un mortero; A., también nacido en la ciudad rosa en 2002 y que se desmaya periódicamente tras pisar una mina; I., nacido en Córcega en 2004, llevado a la fuerza a Siria por sus padres cuando tenía 12 años y padece una enfermedad renal. Uno de ellos se encuentra en Orkech mientras que su madre y sus hermanos y hermanas fueron repatriados en enero de 2023. “Lo olvidamos y lo dejamos morir”, dice Marie Dosé.

Todos estos jóvenes están siendo procesados ​​y han recibido varias visitas de los servicios de inteligencia franceses.

“Cuando nos vio, nuestro nieto de 15 años se arrojó a nuestros brazos. Estaba atónito de que hubiéramos llegado tan lejos y no creía que nos volvería a ver. Estaba muy delgado”, cuentan los abuelos tras su visita a Orkesh. Su hija y otros tres nietos de 13, 9 y 5 años están en Roj. “Es abominable dejar que estos niños que no pidieron nada crezcan en estas condiciones, sin cuidados ni educación”, añaden.

Más allá del caso de estos seis adolescentes, está la cuestión más general de la repatriación de todos los niños que no se han visto afectados por las diferentes oleadas de retornos que ya se han producido. “Francia condiciona cualquier operación al consentimiento de las madres. Las que se niegan lo hacen por diferentes motivos: pueden estar radicalizadas, ser psicológicamente frágiles o simplemente incapaces de proyectarse en la separación de sus hijos con los que han vivido en simbiosis durante tantos años”, explica Me Dosé. “Pero hoy Francia debe proteger a estos niños de la incapacidad de sus madres para tomar las decisiones adecuadas”.

“Estos niños tienen un nombre, un rostro. Los vemos crecer”.

La espera de sus seres queridos es aún más insoportable. “Es imposible describir lo que te sobrecoge cuando encuentras a tus nietos”, describe una pareja. Tenían 1, 3 y 7 años cuando llegaron al campo. Son completamente inocentes y, sin embargo, están cumpliendo una condena. A pesar de todo, los dos hijos mayores miran al futuro con una mezcla de esperanza y preocupación.

Y esta pareja recuerda que Francia es casi el único país europeo que no ha repatriado a sus jóvenes nacionales. “Estos niños tienen un nombre, un rostro. Los vemos crecer. Tememos por ellos cuando se acerca el invierno. Nos preguntamos cómo un país puede abandonarlos y hacerles sufrir una injusticia tan vertiginosa”, se pregunta la humorista Sophia Aram, del colectivo de padrinos y madrinas.

En opinión de todos los oradores, sólo la falta de coraje político impide un retorno masivo. “Es la vergüenza de Francia. Quedará como una mancha indeleble”, insiste Patrick Baudouin, presidente de la Liga de Derechos Humanos (LDH). “Existe una brecha terrible entre una diplomacia que se jacta, con razón, de haber adoptado textos sobre la protección de los niños y su incapacidad para aplicarlos allí donde se requiere creatividad”, desarrolla el abogado y ex embajador François Zimeray, recordando que las principales asociaciones de víctimas del terrorismo también hacen campaña por estos retornos.

La semana pasada, en France Info, el fiscal nacional antiterrorista Olivier Christen indicó que los 364 niños repatriados hasta ahora “no plantean ninguna dificultad particular”.

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