“Vuelvo a ello con regularidad cuando necesito belleza”

“A menudo regalo libros y casi siempre poesía. Las novelas implican un compromiso más restrictivo y en ocasiones acaban como objetos decorativos que se imponen a las personas. También tienen una vida más efímera: cuando los hemos leído, los guardamos de nuevo, conservando a menudo sólo un vago recuerdo de ellos a lo largo del tiempo. La colección de poemas, por el contrario, simboliza el concepto mismo de libro de cabecera: puedes abrirlo en cualquier momento, dedicarle sólo tres minutos, olvidarlo y volver a cogerlo. Me encanta leerlo con la gente para compartir una forma muy preciosa de intimidad a través de las palabras de los demás. Baudelaire y Etel Adnan me conmueven, pero si tuviera que nombrar sólo uno elegiría al griego Constantin Cavafis, el más grande de los poetas.

Sus obras me las regaló una amiga, como remedio, mientras me encontraba en plena convalecencia. Desde entonces, vuelvo regularmente cuando necesito belleza. Lo que me conmueve es su generosidad: no hay nada intimidante en sus escritos y, a través de palabras sencillas pero profundas, te invita a soñar, a dejar vagar la mente. Tanto en la moda como en la literatura, me gustan los gestos artísticos cuyo impacto sea suave. Jean Giono también tenía esta cualidad, perfectamente ilustrada en El hombre que plantó árboles. Hay tanta modestia y tanta fuerza en este acto que, según él, es un verdadero símbolo de arraigo para aquellos cuyo corazón está entre dos países. Bajo la clara pluma de Giono, esta historia puede ser entendida por todos, tanto niños como adultos, y cada uno puede aprender de ella la lección que quiera.