Ella murió el miércoles. Le escribí el lunes para hacerle algunas preguntas sobre archivos. También era una forma de controlarla discretamente, porque me había parecido diferente durante nuestros últimos intercambios unas semanas antes. Distante. Neblinoso. Entonces estaba preocupado. Le hice cuatro preguntas, sólo cuatro, para no molestarlo demasiado. Entre estas cuatro preguntas, dos eran fundamentales para comprender ciertos detalles de su obra. Esto habría evitado largas notas a pie de página llenas de suposiciones. Pero ahora voy a tener que escribirlas, estas notas.
Sin darme cuenta, descubrí a Dorothy Allison siendo adolescente, con su novela La historia de Bonetraducido por Michèle Valencia. Estaba en la habitación de mis padres. Mi madre, secretaria, a veces pedía prestados libros a la esposa de su jefe. Todavía no sabía que dedicaría tantos años de mi vida a esta autora, a traducirla y luego publicarla, pero ya su verdad se me había quedado atascada en la garganta. En ese momento no entendí muy bien lo que nos unía, pero mantuve la huella para siempre.
Novelista, ensayista, poeta y narradora de malas historias, Dorothy Allison ha puesto sus propias palabras sobre la violación, la clase social, el incesto, la pobreza, la sexualidad lesbiana, el racismo común, el movimiento feminista, la familia deshonesta, el sur de los Estados Unidos, el amor de las mujeres y bollos de suero de leche. Para lograrlo tuvo que ahondar en la maraña del odio y el amor, el sexo y la violencia, la vergüenza y el deseo. Duro, ella nunca se rindió.
A pesar de la dimensión autobiográfica de su obra, Dorothy Allison se negó a que sus escritos fueran descritos como testimonios. Dijo que a los escritores minoritarios se les asigna con demasiada frecuencia autonarrativas y confesiones. Que su competencia literaria rara vez es reconocida, ya que el único espacio que les queda es el de representantes de su comunidad oprimida. Texto tras texto, mostró su arte mostrándonos que podíamos decir nuestras verdades sin cumplir con estas expectativas. No es un camino fácil, porque entonces poca gente quiere escuchar lo que tenemos que decir. Pero es rompiendo este espacio asfixiante y deslizándonos por los estrechos espacios que podemos encontrar nuestro margen de maniobra.
La noche que supe de su muerte, primero pasé mis últimas horas de insomnio procesando la noticia, luego me preparé para un día de trabajo editorial con un amigo mayor que yo, sobre un texto de un autor mayor que nosotros dos. A menudo me dicen que trabajo mucho, que publico uno tras otro, y la razón de todo esto es que odio escribir notas a pie de página. Así que trato de trabajar tanto como sea posible, lo más rápido posible, para tener tiempo de recibir respuestas a mis preguntas, de tener tiempo para darles las gracias, de tener tiempo para hacer todo lo que pueda contra el descuido. Entonces tendrás que leer las notas, por favor. Esta vez no pude obtener ninguna respuesta, lo siento, solo tengo las preguntas.
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