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“Leer un libro sobre la historia de Bretaña”: el día de Rozenn Milin

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La periodista e historiadora Rozenn Milin recuerda el día en que se sintió bretona.

«Soy bretón. Esto siempre ha sido evidente, ya que crecí en una familia de modestos agricultores leonardianos, en el extremo norte de Finisterre, y la lengua cotidiana de mis padres y de mi abuelo, que vivía con nosotros, era el bretón.

Para ellos, el francés era una lengua aprendida durante los pocos años que pasaban en la escuela, y sólo la utilizaban en algunas circunstancias específicas, cuando hablaban con niños o con personas ajenas al idioma no britónico: comerciantes, representantes, veterinarios, etc. Todo esto me parecía natural en aquella época, en el orden de las cosas, y realmente no me hacía preguntas sobre el tema.

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Hasta que un día, cuando tenía unos 8 años, para aliviar mi aburrimiento, exploré algunas cosas viejas en el desván de la casa y… encontré un pequeño libro ilustrado sobre la historia de Bretaña. ¿Cómo había llegado allí, si nunca había visto a mis padres leer nada más que el periódico? Misterio. Probablemente era un premio escolar que mi padre o mi tía habían recibido de niños.

En cualquier caso, me apresuré a devorar todos los libros que caían en mis manos y me sumergí en la lectura de ese pequeño libro que me parecía extraordinario. Me contaba la historia de mi país, la que nadie me había enseñado en la escuela, con todos esos personajes caballerescos cuya existencia desconocía hasta entonces y cuyos nombres prometían aventuras increíbles: Nominoë, Erispoë, Conan Mériadec, Alain Barbetorte…

A partir de ese momento, todo cambió en mi vida. Empecé por relacionar la historia de Bretaña con la lengua bretona. Entonces, las misteriosas siglas FLB (Frente de Liberación de Bretaña) aparecieron por todas partes en las paredes de los depósitos de agua y los edificios públicos de mi barrio, generando muchas preguntas en la mente de la niña que era.

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Y finalmente, Alan Stivell llegó al Olympia, lo que nos permitió poco a poco liberarnos de la imagen de paletos que se nos había quedado pegada a la piel, porque ser bretón en aquella época no era una identidad muy deseable. Entonces decidí que la lengua de mis padres, de mis abuelos y de muchas generaciones anteriores, tal vez incluso la lengua de esos personajes que había descubierto en un libro de historia que había salido del polvo de un desván, también sería la mía. Y desde entonces nunca he dejado de hablarla.

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