Desde la entrevista hasta el informe sobre sus propiedades, sabemos casi todo sobre la vida de Gérard Bertrand. Una carrera de rugby al más alto nivel, prometedora pero con un impulso detenido por la dureza de la vida, le llevó a hacerse cargo de la finca familiar de Villemajou, en Aude. 37 años después, su éxito es mundial, con vinos clasificados en los mejores concursos, sin dejar de estar apegado a su terruño, que nunca abandona por mucho tiempo, pero siempre por buenas razones, las de hacer que su reputación esté siempre más lejos, siempre más arriba. Con este libro analiza las grandes etapas de su vida, los encuentros significativos. ¡Rompe un poco la armadura para compartir la intimidad de sus emociones durante los períodos cruciales que marcaron su viaje!
Los hay fundamentales. Como el ocurrido en 2006 en Roquetaillade, en las alturas de Limouxin. Allí conoce a Jean-Louis Denois, en el Domaine de l’Aigle, un dominio que integrará la galaxia Bertrand y que permitirá años después (esto no está en el libro) el nacimiento de la extraordinaria pepita Aigle Impérial. ¡O esta comida rayana en el surrealismo con Ratsuyuki Tanaka! Habla de sus esperanzas y ambiciones mientras expresa con palabras contundentes su pasión por la biodinámica y la naturaleza en general.
Se basa en sus recuerdos para rendir homenaje a quienes lo acompañaron, lo iniciaron, lo alentaron. En primer lugar, su padre, Georges, que le dio el gusto por el vino y el trabajo bien hecho, pero también esta exigencia, el hilo conductor de su enfoque. Recuerda su emoción, aún hoy intacta, sentida por primera vez en la oscuridad de una bodega, donde se inventa un vino. Tenía 12 años. La magia y la alquimia operan cada año, como una sensación de renacimiento con cada añada, con cada coupage. Belleza, como cada mañana en el mundo.
A lo largo de las páginas comprendemos cómo se fue desarrollando, refinando y madurando pacientemente su visión del vino. Con la apuesta un tanto loca de un visionario, la compra en 2002 del Domaine de l’Hospitalet, que se convirtió a la vez en base y centro neurálgico de la saga.
Y luego están esos momentos suspendidos, donde ya nada importa, entre la escucha de la tierra y la creación pura. En Clos d’Ora o Clos du Temple, cae el silencio, se imagina cómo serán estos vinos, mañana, o dentro de unos años, en otra dimensión… Páginas para degustar sin moderación