La vida se congela el 17 de marzo de 2020.

La vida se congela el 17 de marzo de 2020.
La vida se congela el 17 de marzo de 2020.
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Nos dijimos que esto no nos podía pasar a nosotros. Vimos, sin demasiada preocupación, las imágenes en la televisión de estos cuidadores con monos aislando a los contagiosos. Fue en China y estaba muy lejos. Pero de todos modos, nuestro pequeño lado voyerista empezaba a entrar en pánico con esta “plaga moderna”, un virus escapado de no sabemos dónde ni cómo. Y luego, en este mundo sin barreras que nos conviene traer, precisamente desde China, nuestras “Nikes” y nuestros iPhones, el virus se invitó a emprender el gran viaje. ¡Aquí está en Italia! Allí nos toca más de cerca, hemos estado allí, tenemos amigos allí, tal vez familiares. En Francia, se identifica al paciente cero, quedará en la historia y ya está, reina el pánico. ¿Recordamos todavía lo que estábamos haciendo el 17 de marzo de 2020 a las 20 horas, cuando la voz austera desde el pequeño tragaluz congeló nuestras vidas en nuestros interiores no necesariamente adecuados? ¿Recordamos el asombro de este macabro recuento de víctimas que abandonan el mundo a escondidas, sin ceremonias? 2020 no está tan lejos, estábamos hablando en el punto álgido de la crisis, sobre el mundo del mañana que inevitablemente iba a ser nuevo, pero mientras tanto tenemos que afrontarlo.

Gwenaëlle Aubry corta en secciones un edificio parisino y nosotros vamos de un piso a otro, de una familia a otra, para experimentar desde dentro esta extraña nueva vida que se impone a todos los habitantes del planeta. Ya no salimos, ya no nos tocamos, apenas nos rozamos. Prohibidos, largos paseos, desconfiados de los vecinos que tosen de manera rara, peligrosos para los niños, portadores sanos y por lo tanto portadores de esta “peste” que los científicos no pueden controlar, bajo las imprecaciones de un marsellés de pelo largo.

Georges (primer piso a la derecha) se reencuentra con su novia de la infancia, Claire y Hugo siguen enamorados (segundo piso a la izquierda), Emmanuel Mulin cree que finalmente será su momento (primer piso a la izquierda)… Todos tienen un poco de nosotros y todos podemos encontrarnos en sus ansiedades, sus preguntas, sus miedos y sus esperanzas. Frotar la compra con vinagre, rellenar o no la autorización de salida, llorar por el fin del encierro, llorar de nuevo por el reencierro, reír por la libertad recuperada… En este mundo después del cual todavía guarda un sorprendente parecido con el mundo anterior. , una magnífica picadura, un recordatorio de lo que todos hemos vivido… y todos olvidado.

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