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Ciclón Chido en Mayotte: la historia de un joven belga entre bandas, saqueos, supervivencia y supervivencia

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Guillaume y Anabel no son los más dignos de lástima: viven en una casa encaramada en una colina, protegida por una gran puerta. “Hubo daños, como parte del tejado desprendido, 5 cm de agua en la planta baja y árboles cayendo por toda la propiedad, pero esto parece insignificante en comparación con los desastres sufridos por las poblaciones más precarias”, añade Guillaume.

Desde su casa observa un barrio de chabolas: “Antes veía tejados de chapa relativamente organizados. Ahora es sólo un basurero”.

Desde hace cuatro días, los dos amigos trabajan para reparar la cancela dañada, drenar el agua de la casa, limpiar el barro, talar y retirar los árboles caídos. “¡Finalmente encontré algunos clavos!” se alegra Guillaume. “Mañana voy a ser techador para reparar la parte del techo que se había desprendido. Fue impresionante. El viento se lo llevó como si nada, tan fácil como quitar un trozo de papel adhesivo”.

La situación sigue siendo muy difícil en Mayotte, donde la vida se reanuda: “Nunca he visto una catástrofe de esta magnitud en suelo nacional”

Anabel, la única veterinaria de Petit-Terre

Por su parte, Anabel tomó la decisión de atender las urgencias veterinarias de Petit-Terre, una de las islas de Mayotte. Una gran responsabilidad que llega cuando sólo lleva tres meses de experiencia en su centro. “Es la única veterinaria disponible en nuestra isla”, explica Guillaume. “Tiene que tener mucho cuidado: va allí todos los días para proteger las existencias de drogas. Estos son recursos valiosos y existe el riesgo de que los pandilleros intenten llevárselos”.

Toque de queda y pandillas

Tres días después de la tormenta, las autoridades anunciaron el establecimiento de un toque de queda a partir del martes 17 de diciembre por la noche, de 22 a 4 horas. Este sistema tiene como objetivo prevenir los saqueos y garantizar la seguridad en un archipiélago maltrecho, azotado por una situación sanitaria que preocupa cada vez más a sus habitantes. “El número de víctimas será elevado, demasiado elevado. Las bandas no deberían añadir a esto su índice de criminalidad, de saqueo…”, predice un responsable local, mientras prosiguen las investigaciones en las zonas más devastadas.

Apagón y rumores

Desde el paso del ciclón Chido, la información ha sido difícil de difundir. Según los vecinos de Guillaume, sólo queda una antena Orange en funcionamiento. Los SMS y las llamadas pasan muy mal, excepto Guillaume y Anabel que utilizan sus tarjetas SIM belgas, que son más estables en la red. “La falta de conexión deja lugar a rumores”, afirma Guillaume. “Ayer nuestros vecinos nos advirtieron que habría tráfico en la calle. Es decir, había riesgo de saqueos por parte de jóvenes pandilleros. Al final no pasó nada. Pero por eso también la prioridad era reparar la puerta. “

Guillaume también recibe mucha información de su vecino, un empleado del SMUR del hospital Mamoudzou. Según él, los daños son inmensos: las salas de urgencia, el quirófano, la unidad de cuidados intensivos y la sala de maternidad se han inundado, lo que complica la asistencia a los heridos que llegan por decenas. “La vecina me explicó que es difícil tener una idea precisa del número de muertes si las muertes ocurren en el hospital, se cuentan, pero muchas veces las familias entierran a sus muertos directamente y a veces sin informarlo”. Las autoridades francesas temen un alto saldo de cientos de muertos y miles de heridos.

Solidaridad en el caos

Guillaume hace una observación alarmante sobre su experiencia en la isla. Para él, muchas poblaciones dependen de los árboles frutales para alimentarse. Se trata de recursos de hábitos abundantes pero que empiezan a faltar. “Desde la casa, antes de la tormenta, podía ver una gran extensión de árboles, una especie de sabana rica en frutas. Ahora tengo una vista tranquila y directa de la costa. Todo ha sido arrasado”. El vecino de Guillaume comparte esta observación. En muestra de solidaridad, organizan comidas comunes todas las noches. Barbacoas donde asan las gallinas del vecino. “Me dijo que si veía una gallina vagando por el jardín, tenía que atraparla a toda costa. Ayer nos comimos un erizo”, confiesa Guillaume entre dos risitas.

A pesar de las dificultades, mantiene el optimismo y el buen humor: “Soy uno de los más afortunados de esta isla. No tendré muchos problemas para comer, y eso me motiva a ayudar a los lugareños y a Anabel”. Guillaume se niega a abandonar a su amiga en esta terrible experiencia: “Es su isla la que fue destruida. Quiero quedarme para ayudarla y compartir esta carga mental con ella”.

Sin embargo, tiene previsto regresar a Bélgica una vez que la crisis se haya estabilizado, sin ocultar su emoción: “Este seguirá siendo el viaje más bonito de mi vida. He visto tanta belleza, pero también tanta desolación. Me entristece verla. toda esta gente necesitada y esta naturaleza destruida… Pero estoy feliz de haber hecho mis años de escultismo: mi ingenio me ayuda mucho aquí.”

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