lEl triunfo de Donald Trump exige varios derechos de inventario, sobre nuestras formas de concebir la política y de hacer sociedad o no. Como tal, también cuestiona los procesos mediante los cuales las acciones y los acontecimientos “tienen sentido” para nosotros, a escala de la comunidad humana. La fuente principal de esta vacilación de Trump es el exceso generalizado. Esto no puede reducirse a una lógica de exceso y exageración, como recordó Christian Salmon en su artículo de opinión titulado “Donald Trump o la teoría del bufón” y publicado en el diario en línea AOC5 de noviembre).
Se trata más bien de un cruce constante de límites que van más allá de los sistemas de reglas y normas que hacen inteligible y aceptable la existencia colectiva: impugnar decisiones judiciales, amenazar a la prensa, degradar al oponente sin razón, etc.
El exceso manifiesta un poder fuera de control, que gusta despreciar el autocontrol tan preciado por las élites, estableciendo un espacio de poder imposible de contener. Es la dimensión grotesca del poder, la fuerza impulsora detrás de los excesos autocráticos, la que ridiculiza a las instituciones. Este ethos del exceso responde perfectamente a la lógica de los algoritmos mediáticos, favoreciendo exageraciones que “desbordan” del flujo social, ya sean polémicas, emocionales o dramáticas.
Eficacia transgresiva
Pero el régimen de excesos trumpianos no es sólo una rareza siniestra. Implícitamente designa al espíritu de matiz como su oponente directo, al ridiculizar y abusar de la racionalidad que es la base de la esencia democrática. El matiz se basa en una racionalidad del discurso, que busca evaluar, sopesar, restar, sostener una posición con argumentos, ceder al interlocutor o al adversario, en un reparto de valores siempre provisional. Permite establecer distinciones y grados.
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Sería muy ingenuo no reconocer que en muchas democracias, incluida la nuestra, se abusa ampliamente de esta racionalidad. Pero las limitaciones del espíritu de matiz todavía asumen, hasta cierto punto, un papel de salvaguardia y regulación. El triunfo del exceso trumpiano revela la preocupante fragilidad del espíritu de matiz, que complica, teniendo en cuenta las limitaciones, y frena.
Detrás de estos excesos, en forma de deslices e improvisaciones, emerge una racionalidad, que es la omnipotencia de lo negativo y de cuyo colapso participa. Es este poder de lo negativo, liberado en el modo de ser y de actuar del líder, lo que hace que el trumpismo sea atractivo y fascinante para sus votantes. Los trabajos en semiótica han demostrado que lo negativo, en la variedad de sus formas, tiene una fuerza de afirmación más intensa que lo positivo, y que tiende a imponer sus efectos y su ley. Como Donald Trump cuando niega injustificadamente la competencia de su oponente político: « ella [Kamala Harris] Ni siquiera entiende lo que significa nuclear. »
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