El martes pasado por la tarde invitamos a algunos amigos a escuchar los resultados de las elecciones estadounidenses. Fue sin saber si íbamos a alegrarnos o si debíamos temer lo peor. Es cierto que en las últimas semanas el optimismo había dado paso a una preocupación contenida ante la ambivalencia de las encuestas. Pero nos mantuvimos confiados, incrédulos ante la idea de que Donald Trump pudiera regresar a la Casa Blanca.
En Quebec, la gran mayoría de la población apoyó a Kamala Harris: simplemente no entendemos cómo un candidato tan irrespetuoso con las personas y las instituciones como Donald Trump pudo ganarse el favor de una mayoría de estadounidenses. Al reunirnos con el escaso 12% de los quebequenses que lo apoyan, comprendemos sin embargo que sus escandalosos comentarios sobre las mujeres y los inmigrantes no alteran las lealtades. Para ellos, Donald Trump encarna los valores conservadores a los que adhieren, y su perfil combativo les convence de su capacidad para llevar a cabo las reformas prometidas, por radicales que sean.
Pero, como analiza el periodista económico Gérald Fillion, la victoria del candidato republicano quizás se explique más por la inflación que ha golpeado a los estadounidenses en los últimos cuatro años. El discurso proteccionista parece haber convencido a una mayoría de votantes de que Trump tendrá más éxito que el Partido Demócrata a la hora de reducir el coste de su vivienda y de su cesta de la compra.
Sin embargo, según varios especialistas, no es seguro que el programa económico de Donald Trump resulte beneficioso en el mediano plazo; y sobre todo tendrá importantes repercusiones en la economía global, y en la economía canadiense en particular. En Quebec, casi el 75% de las exportaciones tienen como destino los Estados Unidos; Por lo tanto, las políticas arancelarias anunciadas podrían perjudicar a muchas industrias, ya sea la madera o el aluminio.
Sin embargo, el impacto en la economía ciertamente no es el legado más peligroso de Donald Trump. Como señala el jurista Pierre Trudel, al elegir a un presidente que desprecia a los jueces y al sistema judicial, que viola las leyes y alienta gestos insurreccionales, es el principio del Estado de derecho que los estadounidenses rechazaron el pasado 5 de noviembre.
Por eso, al salir el martes pasado, lloramos al ver cómo este sueño americano, que quizás todos habíamos denunciado un día u otro, se convertía en una pesadilla.
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