Es una historia poco conocida, casi olvidada, que sólo podemos reconstruir con toques impresionistas. Estos esbozan una relación entre dos países, forjada en las profundidades de la Guerra Fría, construida en nombre de la amistad socialista y que ha persistido en los corazones de los hombres hasta hoy. Es una historia de amor entre la imagen de una nación y los habitantes de un pueblo de las tierras altas argelinas, Tiaret, al que el destino no le ha reservado ni la opulencia ni la fama.
En las calles de esta ciudad situada a las puertas del Sahara, a 230 kilómetros al sureste de Orán, en una wilaya (región) de casi 900.000 habitantes, se sueña desde hace cincuenta años con Alemania. En las gradas del estadio donde acuden los jóvenes para apoyar al equipo local, JSM Tiaret, se ondea con pasión la bandera alemana. En las bufandas de los aficionados, el azul y el blanco de la ciudad se mezclan con el negro, rojo y amarillo de la Equipo, la selección alemana de fútbol.
En una pared del centro se ha dibujado el águila imperial. Lleva la luna creciente argelina y la estrella en el pecho. En las tiendas de barrio, los televisores emiten canales en los que se habla la lengua de Goethe. Una situación única en el país. Para los jóvenes ociosos de esta región productora de cereales, Eldorado no es francés. Se llama Frankfurt, Stuttgart o Berlín.
Poner fin a la emigración hacia el ex colonizador
Desde su más tierna infancia, los tiaretianos han saboreado su evocación a través de la figura de un primo que viene al volante de su reluciente BMW a pasar el verano en el campo, la de un vecino al que hemos oído elogiar estas regiones donde “tienes derechos, puedes hacer tu vida, tener trabajo y vivienda”. Pero también a través de las palabras de los mayores que cuentan este pasado lejano, cuando todo comenzó y cuando cientos de ellos fueron a formarse en profesiones siderúrgicas o químicas en la República Democrática de Alemania (RDA) y regresaron ricos de una experiencia capaz de despertando mil deseos.
En aquel momento, Houari Boumédiène (1932-1978) presidía la joven República Argelina, democrática y popular. Como figura no alineada, aspira a convertir a su país en una potencia industrial apoyándose en sus recursos petroleros. Decidido a establecer su autonomía económica respecto de Francia, contribuye a poner fin a la emigración de mano de obra hacia el antiguo colonizador, denunciando el clima de racismo y las malas condiciones de empleo que reinan allí. Una postura que coincide, en Francia, con el fin de los “treinta años gloriosos” y el establecimiento de una política de inmigración restrictiva.
Te queda el 85,53% de este artículo por leer. El resto está reservado para suscriptores.
Related News :