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Del bloqueo y el trabajo voluntario

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Dentro de unas semanas, los días 29 y 30 de octubre, la Asamblea General de las Naciones Unidas deberá votar, por trigésimo segundo año consecutivo, la resolución cubana que pide el fin del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos contra Cuba, que dura más de sesenta años. El año pasado, una abrumadora mayoría de países, 187, contra dos, Estados Unidos e Israel, y una abstención, Ucrania, habían apoyado la moción cubana. Se trata de una resolución puramente simbólica, porque no es vinculante.

Este bloqueo inhumano ha causado daños irreparables a la población cubana. Escasez de medicamentos, entre otras cosas, de alimentos para niños pequeños como la leche en polvo, escasez de petróleo que provoca cortes de electricidad que afectan no solo a las viviendas, sino a toda la industria y al transporte de mercancías y trabajadores. Es una cadena sin fin, uno afecta al otro.

Por supuesto, este cruel bloqueo ha obligado a la gente a ser ingeniosa e inventar mil y un trucos para salir adelante. Pero cuando uno cree que ha logrado salir a flote, un nuevo desastre golpea al país y todo tiene que empezar de nuevo. Habiendo sido incluida vergonzosamente Cuba en la lista de países que apoyan el terrorismo, justo al final del mandato de Donald Trump, una medida vil sin base legal que pretende hacer aún más daño, los grandes bancos ahora se niegan a dar crédito a este pequeño país, por su inclusión en esa infame lista.

Sin embargo, es en estas condiciones asfixiantes que el gobierno cubano ha logrado construir y mantener un sistema social como ningún otro en el Tercer Mundo. Aquí, todos tienen un techo sobre sus cabezas. Aquí, todos tienen acceso a servicios médicos gratuitos y nadie se queda atrás. Aquí todos tienen derecho a la educación gratuita, hasta los niveles más altos, en las artes, los deportes, las ciencias y se estimula a los mejores talentos. Ahora imaginemos un mundo sin bloqueos.

Extractos de mi diario personal

Pasé parte del día en los campos, en los suburbios de La Habana, recogiendo hermosos tomates rojos, llenos de sol. Al mismo tiempo, pensaba en los tomates de los campos de Quebec (no sé si debería decir “de casa”), rosados ​​o rojos, como los que solía comprar en el mercado Jean-Talon en esa misma época del año.

El trabajo se desarrollaba en un ambiente alegre, las cubanas se contaban, una tras otra, historias que yo no entendía mucho, pero que las hacían reír a carcajadas. Todas parecían inagotables. ¿De qué hablaban? ¿De un marido celoso? ¿De una suegra intrusa? Incluso después de todos estos años pasados ​​en Cuba, viviendo entre la población y no en un gueto, no logro entender la mitad de lo que se dicen los cubanos cuando hablan entre ellos. Imagino que los franceses en Francia sienten lo mismo cuando dos quebequenses hablan entre sí. ¿Incluso después de tantos años?

Nuestro pequeño grupo –unas quince mujeres y cinco hombres– no es muy productivo. Con este sol y este calor agobiante, el más mínimo gesto parece un desafío a la naturaleza. Me solidarizo con estos humildes trabajadores agrícolas que están todos los días en los campos, recogiendo manualmente lo que comeremos en nuestros platos al día siguiente. Este “trabajo voluntario” es más simbólico que otra cosa. Permite a los trabajadores involucrados socializar en un entorno distinto al del lugar de trabajo o el barrio y reavivar el sentido de comunidad. También, conocer a nuevas personas, como esta bonita mulato llena de energía que, como todas las demás mujeres del grupo, ha recogido su largo cabello negro en un mononucleosis infecciosa (¿un moño?). Me encanta la forma en que las mujeres de aquí se peinan y se recogen el pelo como si fuera nada, pero siempre con gracia y elegancia. Aproveché el gracias(merienda), pausa obligada, momento sagrado, para iniciar una conversación con el mulatoParecía bastante avergonzada de hablar con un extranjero que se llama aquí. yumaLa seducción es un arte que requiere paciencia y delicadeza. Pudimos intercambiar algunas sonrisas y nuestros números de teléfono. Nunca se sabe.

Aún así, recogimos unas cuantas docenas de cajas de tomates y nos permitieron traer algunas. Los cubanos, acostumbrados a este tipo de trabajo, siempre llevan una bolsa consigo, por si acaso… Me siento entumecido. Ya pasé la edad del trabajo de campo. Pero no de la cruceroLa sangre de mis veinte años todavía corre por mis venas.

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