Seis días después de las inundaciones que dejaron al menos 217 muertos en España, los servicios de emergencia continuaron el lunes su búsqueda en la región de Valencia, mientras caían aguaceros sobre Barcelona, sin causar víctimas.
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Seis días después de las inundaciones que dejaron al menos 217 muertos en España, los servicios de emergencia continuaron el lunes su búsqueda en la región de Valencia, mientras caían aguaceros sobre Barcelona, sin causar víctimas.
Al día siguiente de una jornada caótica, durante la cual una multitud enfurecida saludó con insultos y arrojando barro la visita del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y del rey Felipe VI a una de las localidades más afectadas por las inundaciones, la prioridad sigue siendo la localización de los desaparecidos.
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Y si la agencia meteorológica española (Aemet) aseguró oficialmente el lunes por la mañana que la situación de “crisis meteorológica” había terminado en la región de Valencia, la preocupación se desplazó unos 350 kilómetros más al norte, hasta Barcelona, puesta en alerta roja.
Las lluvias torrenciales provocaron cancelaciones o retrasos muy importantes en una cincuentena de vuelos en el aeropuerto. Hubo que desviar diecisiete vuelos. El tráfico de trenes de alta velocidad entre Barcelona y Madrid también se vio afectado.
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Impresionantes imágenes, ampliamente difundidas en las redes sociales, mostraban también vehículos bloqueados en una autopista cercana a la capital catalana o calles inundadas en localidades vecinas. La alerta roja de la Aemet finalizó a las 14.00 horas (13.00 GMT).
Las devastadoras inundaciones de la semana pasada dejaron al menos 217 muertos: 213 sólo en la región de Valencia, tres en Castilla-la-Mancha y uno en Andalucía.
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Pero la cifra final de muertos podría ser mayor: un número indeterminado de residentes sigue desaparecido y muchos aparcamientos subterráneos, completamente inundados, aún no han sido inspeccionados por completo.
“Lo perdí todo”
Las autoridades están especialmente preocupadas por la situación del aparcamiento subterráneo en Bonaire, un gran centro comercial en Aldaia, una localidad de 31.000 habitantes en las afueras de Valencia. Con una capacidad de 5.700 plazas, casi la mitad de las cuales son subterráneas, esta última está completamente inundada.
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“El centro comercial está devastado en su parte alta. Y ahí abajo hay una terrible incógnita. No estamos seguros de qué encontraremos”, dijo el alcalde de Aldaia, Guillermo Luján, a la televisión pública TVE. “Queremos tener cuidado” pero “puede ser terrible”.
En los últimos días, el personal de la Unidad Militar de Emergencias (UME), que interviene durante catástrofes naturales, ha instalado numerosas bombas para comenzar a evacuar el agua.
Los buzos lograron penetrar bajo tierra, sin haber encontrado hasta el momento ningún cuerpo. El lunes por la mañana, la policía confirmó que no había encontrado víctimas en los primeros 50 vehículos inspeccionados.
En las localidades más afectadas por las inundaciones predomina la ira y la angustia, seis días después de la tragedia. Muchas calles siguen atascadas con montones de automóviles, barro y basura, y casas sin teléfono ni electricidad.
“Nací aquí y lo perdí todo”, dijo a la AFP Teresa Gisbert, vecina de Sedavi, otra localidad afectada por la catástrofe en las afueras de Valencia.
En su casa se ve una línea oscura de barro de un metro de largo por donde ha penetrado el agua. “Nos dijeron ‘alerta de lluvia’ pero deberían habernos dicho de ‘inundación’”, lamenta esta mujer de 62 años.
flujo de ira
Este sentimiento de impotencia se convirtió el domingo en una avalancha de ira cuando el rey Felipe VI y la reina Letizia viajaron con Pedro Sánchez y el presidente conservador de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, a Paiporta, municipio considerado el epicentro de la tragedia.
“¡Asesinos! ¡Asesinos!”, gritaron los residentes exasperados. Algunas personas arrojaron barro y diversos objetos contra la procesión, mientras se profirieron insultos contra el Primer Ministro y el Sr. Mazón, que fueron rápidamente evacuados por los servicios de seguridad.
En este contexto de extrema tensión, los soberanos recibieron barro en el rostro y en la ropa, un episodio sin duda sin precedentes en la historia de la monarquía española. Visiblemente conmovidos, pero impasibles, se quedaron durante una hora para hablar con los residentes antes de partir.
El ministro de Transportes, Óscar Puente, admitió en televisión que tal vez este viaje no se organizó en el mejor momento, admitiendo “un posible error”.