El mejor Mbappé despide a Navas

Se fue Jesús Navas y perdió el equipo, una mala noticia sobre otra para el Sevilla. Ganó el Madrid, pasó al Barça, le pisa los talones al Atlético, el nuevo frente que tiene definitivamente abierto, y confirmó que Mbappé es el jugador que ha perseguido durante un lustro. Marcó, asistió, sonrió, se divirtió. Se reconoció en el espejo, en definitiva, en el partido más completo de su equipo en el curso. La emoción, que nunca estuvo en el resultado, se concentró en la despedida de Navas, uno de esos jugadores que quizá no se repitan nunca. El Bernabéu le ovacionó casi con la misma intensidad con que despidió a Kroos, otro del once ideal de la eternidad, y se marchó feliz camino de 2025, porque el invierno que dejó el Clásico ha abierto paso a una primavera inesperada.

Minuto 10. Ceballos abre a Rodrygo, este amaga con un pase profundo al espacio, pero acaba mandando al centro, donde le espera Mbappé, a veinte metros de puerta. El Sevilla le flota, como si el francés fuera uno de tantos, y este, animado por el público, que ve el hueco al mismo tiempo que él, empotra un misil en la puerta de Álvaro Fernández. Mbappé empieza a ser quien dice ser.

Y como la tarde iba de matar moscas, que eso pareció este Sevilla en miniatura, a cañonazos, alzó de inmediato la mano Valverde, el cuerpo de artillería de la Liga. Aún desde más lejos, aún con más potencia, facturó el segundo gol. En su caso no cabe alegar siquiera desconocimiento de la ley del más fuerte.

A diferencia de otras tardes, en que el Madrid marca antes de preguntar, esta vez sus tantos eran consecuencia del juego que tanto valora el Bernabéu, un ataque constante, una enorme ambición, una incesante producción de ocasiones: remate alto de Mbappé, gol evitado por Salas ante Lucas Vázquez, recuperación en área sevillista y tiro demasiado cruzado de Rodrygo. En definitiva, el equipo campeón que tan poco se ha visto esta temporada.

Camavinga, lateral

Ancelotti había puesto un once similar al de Qatar, con Brahim por Vinicius y con Ceballos por Fran García, lo que mandó al lateral izquierdo a Camavinga por vigesimocuarta vez desde que llegó al Madrid. La medida parecía reservada para causas de fuerza mayor, pero esta vez los dos habituales en la plaza estaban sanos y salvos. No hay gato encerrado, simplemente que al técnico ambos le parecen incompletos: Fran García, demasiado progresista, y Mendy, aforado hasta ahora, demasiado conservador. Por ahí se explica el asalto a Davies. Mbappé se mantuvo de nueve y Rodrygo fue agraciado con la banda izquierda, parcela para la que sobran aspirantes. A todos les fue bien en sus papeles.

García Pimienta, en la otra orilla, recuperó a sus mejores canteranos después de un partido en el calabozo por agitar una bandera anti-Betis que Competición consideró bandera pirata y apostó por un centro del campo muy vigoroso, una barrera de músculo frente al Madrid, pero la barrera fue de papel. Ni construyó ni destruyó. La línea de creación blanca la atravesó con extrema facilidad. También los laterales camparon a sus anchas, especialmente Lucas Vázquez, que sin demasiado que vigilar decidió tomarse la tarde de extremo. En una de sus innumerables subidas le regaló a Rodrygo el tercer tanto. El brasileño ha sintonizado definitivamente con la temporada.

El Madrid estaba tan metido en la fiesta que se olvidó del Sevilla y también le llegó un gol en contra. Fue en un centro de Juanlu, posiblemente copiado de los cientos que en 21 años de carrera regaló Navas, que Isaac Romero remató sin nadie en cinco metros a la redonda. Juanlu venía a dejarse ver por un presunto pretendiente y quedó bien. A vuelta del descanso, a Isaac Romero se le fue el 3-2 y el Bernabéu silbó tímidamente. Esto es el público blanco, tolerancia cero con las caídas de tensión, incluso las transitorias, incluso en los mejores días. Esa exigencia ha llenado el museo blanco.

Una despedida muy emotiva

El cuarto gol apagó el runrún y sacó la mejor sonrisa de Mbappé en meses, porque le salió una asistencia de orfebre que Brahim mejoró con su control y con su remate.

Fue antes de que Navas llegara al último partido de su vida. El Madrid le había preparado un homenaje previo de emotividad justificada. Abrazos, entrega de una camiseta firmada por la plantilla blanca y desfile por un pasillo que resumió la reverencia de todo el fútbol español. Su entrada al campo, a falta de 25 minutos, fue respondida por una ovación digna del Pizjuán. Fueron los últimos instantes del mejor jugador en la historia del Sevilla, un falso dos, porque por su banda fue infinito, un verdadero líder, agazapado en un carácter discreto y elegante. Volvió a llorar. A estas horas debe seguir haciéndolo el sevillismo.

Su primera acción fue un taconazo a Isaac Romeroque mandó su disparo al palo. Una especie de cesión de trastos del mejor canterano de siempre al mejor canterano de ahora, porque el ariete sevillista estuvo muy por encima de la media de su equipo. Ancelotti le dio entonces un cuartito de hora a Raúl Asencio para recordarle a él y a la academia que aún hay esperanza, y Lukebakio corrigió el resultado cuando ya no había partido, solo ojos para Navas, que conoció Sevillas mejores que el que le despide.

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