En plena promoción de la película Sarah Bernhardt, La Divina, la actriz fue invitada al programa A diario en TMC, 17 de diciembre. Ella compartió su visión de la profesión.
¿Cómo nos sentimos cuando tenemos que interpretar a la mujer para quien Jean Cocteau acuñó el término “monstruo sagrado”? “Intimidada”, admite Sandrine Kiberlain. La actriz de 56 años interpreta en la película a Sarah Bernhardt, la primera actriz querida de la historia. Sarah Bernhardt, La Divinaen cines el 18 de diciembre. Para promocionarlo, fue invitada al set del programa. A diario transmitido en el canal TMC el 17 de diciembre. La oportunidad de conocer un poco más la relación de Sandrine Kiberlain con su profesión de actriz.
“Deja ir los caballos”
Dada la trayectoria y el poder del personaje que interpreta en la pantalla, el presentador del programa, Yann Barthès, le pregunta: “¿te sentiste intimidada?” “¡Hay algo!”, responde la actriz. Ella [Sarah Bernhardt] Tenía un talento desmesurado, la gente se desmayaba cuando ella tocaba”.
Después de la intimidación, Sandrine Kiberlain también sintió una fuerte inspiración: “Era una mujer que seguía sus convicciones y sus deseos hasta el final. Interpreto a una mujer que suelta los caballos, así que los suelto”. Y la actriz continúa: “Cuando interpretas a una mujer de estatura como ella quieres ser libre, tener menos miedo”. Una fuerza de carácter que también se manifestó durante el rodaje: “Me sentí aumentar en volumen, en libertad, en energía, incluso en distribución”.
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“En todos mis personajes intento abandonarme”
Si Sandrine Kiberlain está tan inmersa en Sarah Bernhardt es también porque, al preparar un papel, intenta “meterse en la personalidad de alguien”. “En todos mis personajes trato de abandonarme a mí misma”, explica. “Dejamos lo que somos, somos habitados por alguien, me pasa de manera muy inconsciente con una imaginación que abunda, tenemos otra voz, otro enfoque…”
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Sin embargo, un elemento central en el juego de Sarah Bernhardt no la inspiró mucho. “Le gustaba mucho jugar a las agonías, se divertía mucho con todo, incluso con la muerte”, indica Sandrine Kiberlain, menos cómoda interpretando el final de la vida. “No me gusta morir en las películas ni en las historias”, dice. “Tengo la impresión de que los directores no se inspiran en el azar. Si un director me imagina muerto me digo ¡mierda! No quiero saber lo que siente”. Un miedo irracional del que hoy no duda en reírse.
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