El Real Madrid no necesita ser una Sociedad Anónima de Deportes para triunfar. Al contrario, exige que sus pilares salgan del anonimato para mostrar las razones por las que aspiran a ganar siete títulos en una temporada. Debe ser un equipo unido y con hambre de victoria, como demostró en Butarque, donde hizo una actuación completa ante el Leganés, reduciendo a cuatro puntos la diferencia con el Barcelona con un partido menos. Mbappé aprovechó un error de la defensa local y Valverde selló el triunfo con un tiro libre, al que se unió Bellingham para un partido de subida de moral.
Fue un partido en el que Güler aprovechó su oportunidad. El jugador turco está en el centro de un sistema solar de estrellas que brillan más cuando es necesario. Carletto lo conservó para la segunda mitad, consciente del desafío que se avecinaba en Anfield. La improvisada defensa fue otra muestra de resiliencia, ya que no hacía falta vestir a Vinicius de canterano para presumir de un Asencio al que su primera titularidad no le agobiaba.
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Lo bonito del fútbol en un estadio compacto como Butarque es que deja ver todas las reacciones. Los jugadores pueden montar un espectáculo, pero cada gesto es percibido y juzgado. Así se observó la primera versión del Real Madrid: un equipo comprometido en la presión, donde a Mbappé se le concedió el territorio que anhela: la banda izquierda, dominio de Vinicius, que iniciaba sus carreras desde el centro.
La movilidad de los atacantes visitantes activó la táctica del técnico local Borja Jiménez, que desplegó una doble marcación para los delanteros. El ‘9’ madridista tenía en su caso a Brasanac y Altimira, mientras Bellingham buscaba huecos entre líneas. Vinicius luchó por tener claridad en los primeros compases, pero comenzó su particular batalla para inquietar al rival, un equilibrio complicado que puede inclinarse en cualquier dirección. Mantuvo un intenso intercambio con el capitán del Leganés, Sergio González, momento de discordia que resolvió la intervención de Dmitrovic para separar a ambas partes.
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Es común que el Real Madrid se relaje cuando no puede anotar rápidamente. Esto era algo que Arda Güler buscaba desde un flanco derecho menos comprometido, donde Valverde acompañó al turco desde su rol de lateral derecho con alma de lateral. Güler hizo una corrida antes de la media hora para infundir miedo en el cuerpo de un Leganés que resistió con esfuerzo pero finalmente fue víctima de su propio error.
Exactamente el tipo de error que no te puedes permitir contra un equipo como el Real Madrid. Altimira, que momentos antes se había enredado con Vinicius en el área, cometió un error garrafal mientras jugaba desde atrás. Perdió la posesión ante Bellingham cerca de su área. Vinicius aprovechó el regalo para presentar el primer gol a Mbappé, que, desmarcado, remató cómodamente al segundo palo. No fue tanto una recompensa por la perseverancia sino un castigo por la negligencia defensiva.
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Hacía frío en Leganés, y el escalofrío podría haber calado en el Real Madrid cuando, al inicio de la segunda mitad, Courtois se enredó y la presión implacable de Miguel de la Fuente casi provocó un desastre inesperado. Un susto para el que el mejor remedio fue Güler, el verdadero cerebro detrás de la operación. Es un jugador dotado de inteligencia futbolística y sabe aplicarla, a diferencia de Ceballos, que se pasó el partido con los brazos en alto en señal de frustración. Raúl Asencio también respondió al desafío, y sus compañeros confiaron en él para iniciar el movimiento del balón como si lo hubiera estado haciendo toda su vida.
Con el balón en los pies, el Real Madrid es potente y, al perder la posesión, evitó la tentación de deshacerse. Como también son capaces de crear oportunidades alrededor del área, como la que forzó Vinicius y que propició el segundo gol del Madrid. Aunque Valverde fuera portero, atacaría con la misma intención en cada disparo, como demostró magistralmente con una falta que orientó el partido de los blancos. Bellingham redondeó una merecida victoria. Una inyección de confianza de cara al encuentro decisivo en Liverpool, que confirma que la revolución de Ancelotti se ha vuelto permanente.
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