Como muchos otros, vi venir el golpe sin querer creerlo. Todavía recuerdo esta reunión soporífera de J. D. Vance, que seguramente se convertirá, el 20 de enero, en vicepresidente de Donald Trump. Su público se moría de aburrimiento cuando el candidato mencionó el nombre de Robert F. Kennedy Jr., conocido como “Bobby”, prometiendo que el sobrino de JFK, nuevo aliado del gran Donald, versado en todos los delirios conspirativos antivacunas, “devolvería la salud a Estados Unidos”. La sala estalló en llamas, con un crujido de aplausos interrumpido por “síaaa” extático. Vi jubilados con las manos en el corazón y madres levantando a sus niños pequeños al cielo y la unción mágica del gran hechicero Kennedy. La devoción al cantor del vudú médico despertó el recuerdo de la era de la pandemia y de una profunda guerra cultural entre los partidarios de una ciencia siempre imperfecta y los de la ivermectina, la hidroxicloroquina y el rechazo de los “conocimientos elitistas”.
Así fue como Robert F. Kennedy Jr. se convirtió en Ministro de Salud de la principal potencia económica y científica del mundo. Como se recuerda El diario de Wall Street, Bobby heredará un presupuesto anual de 1,7 billones de dólares, responsable en particular de la financiación del culo.
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