Abandona la pista Carlos Alcaraz con cara larga, gesto torcido en este lunes turinés y consciente de que la derrota frente a Casper Ruud en el primer compromiso de la fase de grupos le mete en un lío. De nuevo, como hace un año, tropezón para empezar: 6-1 y 7-5, en 1h 25m. Es decir, toca otra vez remar a contracorriente y sortear sí o sí dos fuegos, los que le aguardan a la vuelta de la esquina, miércoles y viernes; por decidir el orden, Zverev o Rublev, en función de lo que suceda esta noche (20.30) entre ambos. El caso es que el de El Palmar arranca otra vez el Masters trastabillado y vencido, sin chispa, puñetazo ni desborde ante un adversario que había perdido ocho de los 10 duelos que había disputado desde el US Open, septiembre, y que encadenaba eliminaciones en las primeras rondas de Basilea, Bercy y Metz en dirección a esta reunión maestra. Sorpresa de entrada, pues, y terreno que recuperar para él bajo la luz de alarma, ya activada.
Son las dos de la tarde y en el Inalpi Arena suena el tecno a todo trapo y no hay rayo alguno de luz natural en el interior. Todo transcurre bajo una estética futurista de neones azulados y efectos lumínicos acompañados por el buen hacer del DJque mezcla con acierto desde la peana del fondo antes de que los dos tenistas salten a la pista. Lo hace Alcaraz, constipado, ya sin los cascos que portaba instantes antes en la galería subterránea del recinto, donde se aplicaba en el calentamiento y meneaba las caderas. Necesita de buena onda y aprendizaje el murciano para inspirarse en un terreno que todavía le resulta esquivo y donde la representación española masculina solo ha celebrado el doble fogonazo de Manuel Orantes (1976, Houston) y Álex Corretja (1998, Hannover). El techo, todo un desafío.
El promedio de Alcaraz en este contexto no llega a alcanzar el 60% y las circunstancias no ayudan, por más que el murciano tenga entre ceja y ceja el empeño de convertirse en maestro: escaso margen de preparación y de amoldamiento, amén de la erosión que todos acumulan por un calendario sin pies ni cabeza, más allá del acierto de unos y otros en la elección del rumbo a seguir entre la dinámica oficial y la supletoria ahora de las exhibiciones millonarias. Así que todos sufren y van con lo justo pese a que, esta vez, el español diga haber aterrizado con un punto más de frescura física y anímica. Ahora retumba con fuerza James Brown: “¡Qué bueno!”, Sin embargo, el número tres resopla, renquea y concede el primer parcial, flojísimo al servicio: tres puntos ha retenido con los primeros, otros tres con los segundos. Falla también el gatillo.
Sin desmerecer el acierto de Ruud en la devolución, la escasez se ajusta más bien a la mirilla desviada del español. No está a gusto Alcaraz y encuentra enfrente además a un rival que por muy terrícola que sea y por mucho que suela vestir de cordero, no le hace ascos a esta pista. Un misterio, pero así es. Semifinalista en 2021 y finalista en 2022, el noruego propone su corrección característica y espera con temple, olfateando las dudas que se esparcen al otro lado de la red. “¡CorasónCarlitos, corasón!”, profiere un aficionado latino desde la tribuna. Y ahí que lo intenta él, tratando de recuperar la desventaja con cinco intentonas de compensar el romper que terminan yéndose por el desagüe. No hay manera. Cuando no atina él, se topa con una respuesta certera.
Parapetado en el fondo, sin asomarse apenas a la red, tampoco encuentra remedio en las dejadas —cuatro fallos en otros tantos muñecazos— y no termina de verlo claro, aunque mantiene la paciencia a la espera de que en un momento u otro puedan venir a visitarle las musas o que a Ruud le dé por titubear o dar un paso atrás. Hasta ahí, 6-1 y set arriba, todo bien por parte por parte del escandinavo, pero luego paga la fase amarradero: los miedos, tan comunes. La apuesta le sale mal y Alcaraz gana agresividad, pero después corrige. Con la vuelta a la línea, más réditos para él, apoyado sobre esa linealidad que en situaciones como esta suele funcionar; frente a la inestabilidad del otro, bolas dentro. Simple, pero efectivo. Devuelve la rotura y firma otra que acaba premiándole. Brinca su banquillo al completo con al as.
Así se lleva la victoria que complica a su rival, con urgencias en el despegue de hace un año y ahora otra vez; más si cabe, porque entonces cedió en tres sets y en esta ocasión ha sido en dos, y bajo este formato cuenta todo. Eso sí, hay consuelo porque el escenario es reparable. Lo consiguió en 2023, después de chocar con Zverev y de redimirse ante Rublev y Medvedev. El techo maestro, tan difícil y tan complejo. Casi maldito. Bien lo sabe Alcaraz.
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