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¿Por qué sentimos simpatía por el Gévora?

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Como era de esperar, el Betis pasó por encima del gevora: 1-6. Nadie felicitó a los jugadores verdiblancos. Como sustituto de la guerra, el choque deportivo entre dos escuadras desiguales sitúa al poderoso en una situación un tanto incómoda, dado que, aunque gane, ningún aficionado le reconocerá mérito alguno. El equipo pequeño, por el contrario, no tiene nada que perder. Su derrota se considera inevitable. Así que solo puede salir airoso: o saca adelante la eliminatoria («como que te toque el Euromillón», reconocía su entrenador) o, al menos, caerá con honor, siempre que se deje la piel en el campo. Y eso hicieron los jugadores del Gévora, que encontraron la recompensa de marcar un gol en el último suspiro.

En este tipo de partidos, con excepción de los seguidores del equipo grande, el resto de aficionados siempre va con el que no tiene posibilidades. La identificación con el débil es un comportamiento bien conocido en antropología y psicología. Cierto, «el hombre es un lobo para el hombre». Pero la faceta depredadora y egoísta no agota su naturaleza. Como animal gregario, el humano tiene una enorme capacidad de empatía con el desvalido. Probablemente se trate de un arcaico mecanismo de adaptación dado que, durante miles de años, vivimos en bandas de cazadores-recolectores con individuos interdependientes. Otras especies dejan morir al enfermo porque supone un lastre, pero entre los humanos hay evidencias de solidaridad desde la Prehistoria. En el yacimiento de Atapuerca, de hace unos 440.000 años, se ha hallado parte del esqueleto de un individuo encorvado con graves patologías: sobrevivió porque el grupo le ayudó a andar. También vivió una niña con una enfermedad congénita en el cerebro: alguien le cuidó, pese a sus pocas posibilidades de salir adelante. A otro, con la cara deformada, tuvieron que masticarle la comida durante años.

El torneo del K.O. ejemplifica la lucha de David contra Goliat: nos conmueve ver cómo camareros y administrativos, que juegan al fútbol en sus ratos libres, no bajan los brazos al enfrentarse a profesionales. Necesitamos salvaguardar la utopía de que a veces la vida no se ajuste al guion establecido, según el cual el pez gordo se come al chico. ‘Karate Kid’, ‘Erin Brokovich’, ‘Braveheart’ y otras películas parten de ese relato del débil que planta cara al fuerte y, atreviéndose a hacerlo, sacando lo mejor de sí mismos, sus protagonistas descubren que el inconformismo, la convicción y la voluntad constituyen armas poderosas.

Son películas; en la vida real, el pequeño suele morder el polvo. Lo sabemos. Pero, por eso mismo, lo improbable nos alienta la esperanza. Valoramos a quien intenta algún logro impensable, porque ello nos inspira a que también nosotros deberíamos perseguir nuestro sueño. Necesitamos héroes para sobrevivir porque no hay vida sin la fe de que otro tipo de vida es posible. Queremos creer que, alguna vez, los futbolistas de una pedanía de Badajoz de 2.500 habitantes pueden doblegar a un grande de Primera División. Y, esperando el milagro, miles de aficionados fueron al estadio o se sentaron frente al televisor. No ocurrió, naturalmente, pero durante 6 minutos (hasta el primer gol), el mundo pareció otro.

Es posible que el bético, cuyo relato mítico del ‘manque pierda’ está relacionado con ese simbolismo de la derrotada honrosa frente al poderoso, tenga sentimientos encontrados en este tipo de partidos. Por supuesto que quiere que su equipo gane, pero, por otro lado, no puede dejar de sentir una profunda simpatía por los jugadores y la afición del Gévora, dado que no olvida que, como bético, muchas veces estuvo en una situación de irremediable inferioridad. Y, aun así, luchó contra el destino, sabiendo que hay muchas maneras de ganar en la vida, aunque uno sea el perdedor.

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