Sarkozie ha vuelto. Nos encontramos, nos saludamos, intercambiamos algunas palabras. Pero los hombres con trajes oscuros que se dan la mano han perdido su fuerza y parte de su brillo. La época ya no es la de la UMP triunfante de los años 2000. Tiene mucho que ver el contexto, el reencuentro que tuvo lugar este lunes ante el tribunal penal de París, donde se abrió al mediodía el juicio por la supuesta financiación libia de la campaña presidencial de 2007 por parte de Nicolas Sarkozy. El exjefe de Estado, que denuncia una “fábula”, está siendo juzgado por corrupción, encubrimiento de malversación de fondos públicos, financiación ilegal de una campaña electoral y asociación para delinquir. Se enfrenta a diez años de prisión.
El principal acusado en este histórico juicio es el último en entrar en una sala invadida por abogados. Se reúne con sus tres ex ministros y coacusados: Claude Guéant, Brice Hortefeux y Éric Woerth. Los cuatro hombres se sientan en la misma fila de asientos plegables. Sonriendo, el ex presentador del Elíseo hace un espectáculo pero no puede contener los movimientos de sus piernas. Cuando se sienta y deja al descubierto sus tobillos, notamos la ausencia de la pulsera electrónica que pronto tendrá que llevar, desde que su condena en el asunto Bismuth quedó firme.
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