Justine Sebbag17 de diciembre de 2024
Anthony Hopkins interpreta con conmovedora gracia a Nicholas Winton, este banquero londinense que salvó a 669 niños judíos de las garras de los nazis. Una historia real poco conocida que nos recuerda que el heroísmo a veces se esconde en los gestos más silenciosos. ¡Y qué golpe maestro el de James Hawes que rueda su primer largometraje!
Heroísmo cotidiano
James Hawes nos sumerge en la Praga de 1938, una ciudad al borde del abismo. Aquí no hay grandes discursos ni espectáculos: el director elige mostrar la mecánica implacable de un rescate que se desarrolla en los detalles: un sello aquí, una firma allá. Es en esta aparente banalidad administrativa donde reside toda la fuerza de la película. El suspenso surge de una carrera contra el tiempo donde cada documento arrebatado representa una vida salvada.
Hopkins, maestro en sobriedad
A sus 86 años, Sir Anthony Hopkins nos ofrece una de sus composiciones más bellas. Frente a la cámara, encarna a este héroe que no lo es a sus ojos, con una moderación que dice más que todos los monólogos. Johnny Flynn, que interpreta a un joven Winton, aporta una energía febril a las escenas de 1938, mientras Helena Bonham Carter ilumina cada una de sus apariciones. Pero es durante la secuencia final, inspirada en un programa de televisión real de 1988, cuando la película alcanza niveles de emoción raramente igualados.
Una lección de humanidad
Sin caer en la trampa de la comparación con La lista de Schindler, una vida labra su propio camino. El horror de la Shoá nunca se muestra, sólo se sugiere, y quizás ahí radica la fuerza de la película: recordarnos que, ante lo indescriptible, a veces basta con un hombre común y corriente para cambiar el rumbo de cientos de personas. destinos. Una película profundamente humana, servida por una refinada puesta en escena que deja mucho espacio a lo esencial: la esperanza.
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