el 1es En diciembre de 1944, en Thiaroye, los “tirailleurs senegaleses” desmovilizados fueron masacrados por el ejército francés. Estos soldados africanos, que habían arriesgado sus vidas en los campos de batalla de Europa para liberar a Francia de la ocupación nazi, exigían el salario y las bonificaciones prometidos meses atrás.
En respuesta a sus demandas, el ejército francés abrió fuego. El informe oficial menciona 35 muertes. Sin embargo, historiadores como Armelle Mabon estiman que las víctimas fueron más numerosas, quizás cientos. Jean Suret-Canale, historiador comunista, ya habló de un crimen colonial. Denunció la participación de “Residuos de Vichy” y un sistema marcado por el racismo y la violencia contra las tropas africanas.
Este drama, emblemático del orden colonial, supuso una doble injusticia: los fusileros fueron privados de sus derechos y acusados injustamente de amotinarse. Este relato falsificado sirvió para legitimar su ejecución y proteger a los oficiales militares. Enterradas en fosas comunes, nunca exhumadas, las víctimas quedaron sin un entierro digno, mientras que el Estado francés obstaculiza el acceso a los archivos sobre este acontecimiento. Esta mentira estatal, a lo largo de varias décadas, ilustra un intento de ocultar la realidad de esta tragedia, donde los héroes de guerra fueron traicionados.
Sin embargo, el silencio impuesto en torno a la masacre se ha roto con obras como la película Campamento de Thiaroyede Ousmane Sembène. Estrenada en 1988, esta obra maestra expone los abusos sufridos por estos soldados y revela el alcance de la injusticia colonial. La película, prohibida en Francia desde hace treinta y seis años, se ha convertido en un símbolo de resistencia y de memoria. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, el reconocimiento oficial sigue siendo fragmentario.
En 2024, el presidente Emmanuel Macron otorgó la distinción “Muerte por Francia” a seis fusileros identificados. Si este gesto simbólico marcó un progreso, plantea interrogantes debido a su carácter limitado y unilateral. Ousmane Sonko, Primer Ministro senegalés, denunció un enfoque paternalista y afirmó que “No le corresponde a Francia dictar sola esta narrativa”. Según él, el reconocimiento no puede reducirse a unas pocas figuras emblemáticas, sino que debe incluir un trabajo global sobre archivos, memoria y reparación. Este debate, revivido en Senegal, ilustra la persistencia del desacuerdo sobre la forma en que se debe abordar esta tragedia.
Thiaroye 1944 es un tema conmemorativo importante en las relaciones franco-africanas. Mientras Francia busca mejorar su imagen en África, esta tragedia ofrece la oportunidad de conciliar memoria y justicia. Reconocer este crimen colonial, abrir los archivos y localizar responsabilidades históricas marcaría un progreso en las relaciones entre los dos continentes. Este gesto sería un deber moral, pero también una forma para que Francia demuestre que está en sintonía con las aspiraciones del pueblo africano que se niega a permitir que se reescriba la historia con vistas a exonerar a las potencias francesas de sus crímenes.
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