Las fallas del sistema, concretadas en el papel, son persistentes. Aunque se requieren documentos de respaldo para obtener un poder, los documentos falsificados o las certificaciones complacientes a menudo pasan desapercibidas en un control administrativo limitado. La ausencia de auditorías rigurosas o de mecanismos integrales de trazabilidad no siempre permite verificar si el poder refleja la voluntad del elector. A esto se suman las presiones sociales o familiares, especialmente sobre personas mayores o aisladas, que a veces se utilizan para orientar su elección. Incluso la firma del alcalde en los poderes de las personas que están trabajando o de vacaciones puede suscitar sospechas: en realidad es juez y parte, siendo este último a veces candidato a su sucesión.
El 25 de noviembre sabremos si volver a votar en determinados municipios valones
A la vista de estas conclusiones, es urgente reforzar los controles previos, en particular comprobando los motivos y los documentos aportados. Existe un registro de poderes, pero la ausencia de controles a priori no permite analizar y detectar anomalías. Las campañas de información también podrían preparar mejor a los votantes contra los riesgos de abuso. Además, son necesarias sanciones ejemplares para los responsables de fraude para restablecer la confianza en el sistema. Proteger la democracia requiere una revisión urgente de este eslabón débil que es el sistema de poderes. De lo contrario, la confianza de los ciudadanos en las urnas seguirá erosionándose, en detrimento de la propia democracia.