En una entrevista concedida a Le Monde el sábado, pidieron no sólo centrarse en la cuestión política, sino también avanzar en la crisis del níquel en Nueva Caledonia, corazón económico del archipiélago.
“Todo está relacionado”, existe “una posibilidad de alcanzar un acuerdo global”, considera Yaël Braun-Pivet. Nuestra medida es “una nueva etapa, no la última”, advierte.
“Estamos aquí para ayudar con humildad”, señala Gérard Larcher. “Necesitamos un nuevo método (…) cuidado con querer forzar”, las soluciones deben “prepararse en suelo caledonio”, añade, creyendo que es posible encontrar “un camino para avanzar hacia la autonomía muy completo sin rompiendo el vínculo con la república”.
El dúo parlamentario recibió el encargo del primer ministro Michel Barnier de viajar a Nueva Caledonia para renovar el diálogo institucional entre los bandos leales y los independentistas sobre el estatuto de la isla, todavía estancado.
En el programa de su viaje figuran tres días de encuentros con fuerzas políticas, económicas, sindicales y con el pueblo de Nueva Caledonia.
Irán al Senado consuetudinario el lunes por la mañana (hora de Numea, el domingo por la tarde en Francia continental) antes de una sesión formal en el Congreso de Nueva Caledonia el martes, durante la cual hablarán con los funcionarios electos.
Los históricos disturbios que comenzaron en mayo fueron desencadenados por el deseo del gobierno anterior de adoptar una reforma constitucional muy sensible sobre la ampliación del electorado para las elecciones provinciales.
Desde entonces, la nueva coalición Barnier ha enviado señales de apaciguamiento: ha abandonado la reforma y las elecciones provinciales se han aplazado hasta noviembre de 2025 a más tardar. Pero quedan dudas sobre el futuro institucional del archipiélago, mientras que desde 2021 se han celebrado tres referendos de autodeterminación previstos por los Acuerdos de Numea en 1998, con la victoria del voto por el “no” a la independencia.
La cuestión de la reconstrucción también es importante. El Gobierno de Nueva Caledonia estima que el coste de los disturbios ascenderá al menos a 2.200 millones de euros, es decir, el 25% del PIB del territorio.