Gorra roja enroscada en la cabeza, rostro enmarcado por cabellos y una barba blanca tan abundante como la otra, ojos traviesos… A sus 87 años, Gérard Lattier no ha perdido nada de su esplendor. Y aunque admite que ya no ve muy bien y se mueve con la ayuda de un bastón de madera que le parece demasiado grande, todavía tiene un verbo prolífico y no necesita que le pregunten a la hora de hablar. Ardèche, el país de su infancia y la “gente pequeña” que allí conoció. Con su canto y su voz alegre, le gusta contar las historias que ha pintado y que no nos cansamos de escuchar, historias que él mismo recibe de sus seres queridos que tuvieron la amabilidad de contárselas.
En medio de la exposición que le dedica en el castillo, centro de arte contemporáneo y patrimonio de Aubenas, es, según su propia expresión, “un poco profeta en su país”: “Me alegro de que la gente se interese un poco para mí, para que me reconozcan mientras aún esté vivo. En principio esperamos…
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