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Vídeos de la AFP – Francia

La Saga submarina del comandante Cousteau, un renacimiento marsellés lleno de color

En un hangar común y corriente de un barrio obrero de Marsella, junto al mar, se encuentra un buque excepcional: el Saga, el submarino civil más grande del mundo, diseñado por el comandante Cousteau, que ha vuelto a la vida tras años de abandono. La feliz banda de octogenarios que componen “Les Compagnons du Saga” y que lo mantienen hoy en día no están poco orgullosos de revelarlo al público este fin de semana, con motivo de las jornadas del patrimonio en Francia. Una veintena de personas escuchan atentamente a Michel Bourhis, de 81 años, contar la saga del Saga. Entre ellos, Kelthoum Despres, de 52 años, dice que cuando era pequeña, seguía “cada expedición del comandante Cousteau”. El oceanógrafo, inventor y reconocido ecologista francés dio a conocer sus exploraciones submarinas a través de películas y documentales televisivos de los años 50 a 90, populares en muchos países del mundo. “Estoy realmente impresionado, ¡no he dejado de tomar fotografías desde hace tiempo!”. “El Saga es un submarino de guerra”, confiesa con una sonrisa este vecino del barrio de Estaque, donde se expone el Saga. Es amarillo, por supuesto –es el tono que se ve durante más tiempo cuando los colores desaparecen en profundidad– y a pesar de su imponente tamaño (8,50 metros de alto, 28 metros de largo), sus formas redondeadas le dan un lado amable, lejos del que desprenden los submarinos militares. “Me sorprendió mucho ver las dimensiones, solté un grito de sorpresa”, exclama Claudie Lakomski, una marsellesa de 82 años. El Saga, que navegó de 1988 a 1990, es un barco extravagante que estuvo abandonado durante 20 años. Su nueva vida comenzó en 2010 gracias a algunos amantes de los fondos marinos y antiguos empleados de la Compagnie Maritime d’Expertises (Comex), algunos de los cuales incluso participaron en la construcción del submarino. Su objetivo: restaurar el emblemático sumergible y mostrarlo “para transmitir este patrimonio marítimo, industrial y cultural”. Michel Bourhis, antiguo director comercial de Comex, fue el iniciador del proyecto, al que se unieron Philippe Murat, de 74 años, buceador y fotógrafo, Marius Orsi, de 83 años, que participó en el primer proyecto Saga en la época de Cousteau, Roger Ouzenane, de 75 años, buceador, y una docena de nostálgicos entusiastas que hoy forman Les Compagnons du Saga. “¡Aquí hay 20.000 ancianos bajo el mar!”, bromea Philippe Murat, que, como los demás miembros de la asociación, lleva una camiseta con el logo de Saga. – Récord de profundidad – En 1966, el comandante Cousteau había imaginado “esta casa perfectamente autónoma bajo el mar”, explica Marius Orsi, ingeniero mecánico formado por Cousteau y que siempre ha trabajado en la construcción de submarinos. Pero por falta de financiación, el emblemático marinero de la gorra roja se fue a Estados Unidos y el proyecto se suspendió en 1970. Solo se reanudaría en 1983, cuando Comex e IFREMER, el instituto de investigación francés dedicado al océano, decidieron comprar el proyecto para trabajar en conjunto con la industria petrolera. Cuatro años después, el Saga estaba listo. Diseñado para llevar a los buceadores a una profundidad de 600 metros, el submarino llegó a los 316 metros, un récord que nunca ha sido superado. Marius Orsi destaca la hazaña técnica que se logró con un equipo de entre 30 y 60 personas. “La autonomía de este submarino se aumentó a 21 días, mientras que el proyecto inicial era de ocho días. ¡En ese momento, estaba 20 años por delante de todo lo que existía! Además, algunos de los inventos que desarrollamos todavía se utilizan hoy en día”, recuerda orgulloso el ingeniero mecánico. Después de una treintena de viajes por mar y debido a la falta de recursos financieros y logísticos para desplegar el submarino en misiones de larga duración, la aventura de Saga se ha detenido de nuevo… durante veinte años. La decena de “Compagnons du Saga” jubilados han conseguido restaurarlo en unos diez años y acogen al público con reserva desde hace unos cinco años. Aunque este año han visitado el submarino 700 personas, les gustaría ir más allá y convertirlo en un auténtico museo. “Pero para eso”, nos recuerda Michel Bourhis, “estamos esperando a la próxima generación, necesitamos jóvenes”.

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