Cuando el lujo sonríe

Cuando el lujo sonríe
Cuando el lujo sonríe
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PAGA veces la moda tiene sus epifanías. No todos los días. Ni siquiera todas las temporadas. Pero a veces, al entrar en el espacio de un desfile de moda, sonreímos de placer. Instintivamente, sentimos que los momentos siguientes serán mejores que un “momento de moda”, un momento de alegría y civilización.

Ser un dinosaurio feliz

Este es el estado de ánimo que se apoderó de los invitados al desfile de Bottega Veneta el sábado 21 de septiembre, unas horas antes del equinoccio de otoño. En un enorme hangar, se exhibe un fantástico y alegre bestiario de animales de cuero que forman asientos, modelos reinterpretados por Matthieu Blazy, director artístico de la Maison, o pufs creados por Zanotta en 1968.

A cada invitado se le asigna un animal –el actor Jacob Elordi, imagen de la campaña de la marca, es un conejo, Julianne Moore, un poderoso oso, los poderosos editores una gallina, una nutria–, el autor de estas líneas sonríe de placer mientras se sienta en un simpático dinosaurio, sin duda un homenaje a su edad y a la antigüedad de su medio –lejos de estar extinto–, una broma amistosa que marca el tono. Hay benevolencia en este arca de sesenta animales –que será vendida–, la afirmación de que el lujo puede ser no solo creativo –es lo mínimo que puede ser– sino también sorprendente a la vez que lúdico. El “factor tierno” tiene su mordisco, la ternura del alma de un niño puede convertirse en una forma de elegancia.

Ten la sonrisa chic

Y de repente, una silueta híbrida, mitad falda, mitad traje pantalón, abre el desfile. Le seguirán, en los suaves vuelos de un James Blake, vestidos de lentejuelas de cuero, hombres con piernas esbeltas bajo sus pantalones cortos y trajes cruzados o arrugados que se atreven con el rosa, abrigos glamurosos que rezuman vida, otros vestiditos que parecen monos que llevaremos en capas, un conejo sobre una camiseta, una camisa azul de hombre llevada en XL, destellos azafrán sobre un drapeado, tocados escapados de un sueño de glamour, volúmenes sobrios y otros desenfoques, pieles suaves y algodones rígidos, bolsas de compras alegres y flores de punto traídas de un mercado imaginario, el brillo de una silueta plateada. Sobre todo, existe esta loca y rara alianza entre la creatividad y la exigencia más absoluta de prendas que no están ahí para expresar los tormentos de la creación sino para embellecer a quienes las llevarán: hay vida y vidas que pasan en estas propuestas de vestuario. No es un manifiesto insolente, es una especie de oda decidida a las individualidades. Está trabajado pero no es un dolor de cabeza –incluso tiene un aire de obviedad-. Es extremadamente sofisticado en los cortes, los materiales que parecen arrugados, las superposiciones, las variaciones de paleta y, sin embargo, parece tan fácil de adoptar. Esto no es normal –pero ¿le pedimos al lujo que lo sea?– y ya es icónico como este último movimiento Presto del Sonata a la luz de la luna Beethoven que impone su ritmo loco, rápido, agudo, claro, sediento de energía y sin afectación al final del desfile. Chic tiene una sonrisa. Es elegante ser feliz. Matthieu Blazy es un mago al que le decimos gracias.

Ser un icono

Desde el inicio de la temporada milanesa, Marina Abramovic no sonríe: recorre las primeras filas de los desfiles, con su imponente silueta y el encanto de una emperatriz. Y el mundo de la moda se pierde en detectar en esta asiduidad sin precedentes un apetito repentino por la moda o la preparación de un acontecimiento del que la artista posee el secreto. Su impasibilidad de esfinge sólo fue desafiada una vez –incluso se quitó las gafas de sol– cuando, con un pequeño retraso de media hora, Madonna, toda mantillas y encajes de la Madonna absoluta de la moda, hizo su aparición en Dolce & Gabbana, el sábado a las tres de la tarde.

Una celebridad se reconoce por el ruido que precede a su llegada –y el rumor de su presencia circulaba en Milán–; una reina, por su casi puntualidad; una estrella, por las 900 personas un poco hastiadas del lado de las celebridades que se levantan para ver una silueta frágil –Naomi Campbell, también presente, queda relegada al rango de extra–. Un icono se reconoce por el hecho de que dos de los diseñadores más famosos del mundo deciden dedicarle una colección entera: Domenico Dolce y Stefano Gabbana declinaron rendir homenaje a su amiga de treinta años infundiendo su estilo en todas las siluetas que lució la artista durante estos últimos cuarenta años, jugando con transparencias y corsés, muselinas y vestidos tubo, trajes y tacones. Sin duda, la vistieron a menudo –y a menudo la revelaron–; sin duda, no fueron los únicos en la constitución de su imagen. Lo cierto es que este homenaje en forma de palimpsesto es fiel a su propia historia, entre glamour y acabados a medida… Es inteligente. Y alegre.

Ser un tejón

La civilización se juega en los detalles: la caricia de un tejón en la mejilla, el calor de una toalla sobre la piel, la presión de un masaje en el cuero cabelludo, el chasquido de unas tijeras sobre una barba en ciernes, el cuidado al aplicar una crema, el abandono que uno se permite en manos de un barbero experto: en Eredi Zucca Milano 1652 también creen en los iconos. Y el barbero milanés se cuenta entre esas figuras tutelares que, junto con el sastre, hacen de Italia una tierra aparte.

Aquí, en el corazón de la capital lombarda, se ha reinventado un lugar donde los hombres son mimados en un sueño viscontiano, con una decoración que ayuda con retratos de familia y estucos que dan a las dos cabañas un aire de ninfeo. El lugar del que habla todo Milán, donde los hombres del mundo de la moda hacen escala, es también el lugar de todas las frustraciones del momento: está esencialmente reservado para el género masculino, mientras que las mujeres reinan en las pasarelas… Lo compensan llamando al timbre de este lugar escondido en el corazón del cuadrilátero de la moda, en el 6 de Via Bigli, y corriendo a comprar los cepillos, peines, tijeras y otros objetos de alta civilización creados para el lugar. Salimos con una tez fresca, un poco más clara y una sonrisa en los labios.

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