El alto precio que pagó Benín con el atentado que mató al menos a 28 militares el pasado miércoles, en el norte del país, en la frontera con Níger y Burkina Faso, no es un hecho baladí. Es digno del modo lateral en que avanza el terrorismo yihadista desde lo local a lo costero, como lo indican las previsiones y predicciones de todos los institutos de investigación que trabajan en el Sahel.
Desde hace años, con una escala cada vez más importante en los países continentales, el yihadismo ha querido adquirir nuevos colores en los territorios de implantación, acción y proyección. Así es como los repetidos ataques contra países como Burkina Faso, que ya no controla muchas partes de su territorio, deben incluirse en este plan de los grupos yihadistas para atacar el mar, es decir, el Golfo de Guinea.
Benin, después de haber visto a sus países fronterizos sufrir los horrores del yihadismo, quería prepararse para no experimentar las mismas cicatrices humanitarias y de seguridad. Por ello, el Estado ha realizado enormes esfuerzos y destinado muchos recursos a reorganizar su aparato de seguridad frente a estas nuevas amenazas a lo largo de sus fronteras con Níger y Burkina. Así, los efectivos de las Fuerzas Armadas de Benin han aumentado significativamente, de 7.500 hombres en 2022 a 12.300 en 2024.
Al mismo tiempo, su presupuesto de defensa aumentó de 60 mil millones a 90 mil millones de francos CFA. Incluso estaba previsto aumentar esta cantidad en los próximos años. El éxito de Benín es, sobre todo, haber sabido adaptar su aparato de seguridad a la nueva situación lanzando en 2021 la Operación “Mirador”, que se supone es un dispositivo operativo que responde mejor a la amenaza yihadista dando sentido a la seguridad de las zonas fronterizas. Pero esto no dio a este país la posibilidad de protegerse de las incursiones yihadistas que provocaron la muerte de 121 soldados benineses entre 2021 y diciembre de 2024.
El ejemplo de Benin lo dice todo: la reorganización de las Fuerzas de Defensa y de Seguridad con miras a hacer frente a las amenazas asimétricas no es la única solución para hacer frente al yihadismo. En cuanto a los países afectados por este problema, se trata del mismo camino que han seguido los grupos terroristas armados (GTA). Las demandas de identidad sirvieron como cuna e incubadoras que permitieron a estos GTA tener poblaciones marginadas como reclutas. El otro terreno fértil para el auge yihadista que afronta Benin son, sobre todo, las disensiones diplomáticas entre los países fronterizos, Níger y Burkina Faso, en un contexto de disputas entre la CEDEAO y las AES.
Esto impide cualquier cooperación de seguridad interna o interna con estos países, especialmente porque la amenaza ahora es transnacional y ya no está localizada en el mismo espacio. Internamente, será necesario dejar de minimizar las demandas comunitarias que, con el cambio climático, pueden metastatizarse y convertirse en problemas de seguridad con enormes consecuencias humanitarias. También es necesario resucitar los mecanismos de cooperación, aunque las tensiones diplomáticas los hayan adormecido. Sólo bajo estas condiciones se podrá frenar el movimiento lateral que realiza el yihadismo desde lo local hacia la costa.
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