TESTIMONIOS – Dejar como loco a quien amaste, hacer sufrir a quien era todo para ti, amputar a un familiar… Ser el iniciador de una separación es a veces un acto de valentía. No libre de sufrimiento.
En febrero pasado, Emmanuel Perrin puso fin a casi un cuarto de siglo de matrimonio. A sus 51 años, este óptico tomó la decisión en solitario, pero por el bien común: “Ya no había comunicación entre nosotros. Hacía tiempo que la palabra había desaparecido de nuestra relación, síntoma de nuestra distancia. No éramos conscientes porque nuestros gemelos ocupaban el espacio familiar”, confiesa. Mientras sus hijos se van a la universidad, Emmanuel y su esposa se adormecen con la ilusión de verse afectados sólo ligeramente por el síndrome del nido vacío, ese sentimiento de tristeza y soledad que experimentan los padres cuando su hijo abandona el hogar. “Pero fue mucho más que eso”, concluye Emmanuel. Durante dos años, la pareja fue sólo nominal. Emmanuel describe semanas enteras sin el más mínimo contacto físico, intercambios reducidos a banalidades. “En la mesa, aparte de preguntarnos por los platos o la sal, se hacía el silencio”, relata. Un vacío devorador. Al grano…
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