La adaptación teatral de Leyla aclamada novela de Michel Jean, hace una entrada notable en el escenario del Théâtre du Nouveau Monde (TNM), impulsada por la visión audaz de Émilie Monnet. Anclada en la cultura Innu, la pieza pretende ser un tributo vibrante a la memoria y la resiliencia de un pueblo. Si la intención es noble y la ejecución visualmente impactante, el espectáculo a veces lucha por cumplir la promesa de su ambición, con una narración que falla y un ritmo que a veces resulta confuso.
Un homenaje sonoro y visual
Tan pronto como se levanta el telón, el universo Innu se despliega brillantemente gracias a la escenografía inmersiva de Simon Guilbault. Dirigida por Émilie Monnet, está rodeada de un equipo donde las voces indígenas brillan no sólo en el escenario, sino también detrás de escena. Los trajes ricos en simbolismo diseñados por Kim Picard y las proyecciones de archivo mezcladas con el arte visual de Caroline Monnet sumergen al espectador en el mundo innu, magnificando los paisajes y tradiciones evocados por el texto. Las canciones y diálogos de Innu-aimun, una novedad en el escenario del TNM, resuenan como un poderoso acto de reapropiación cultural. Sin embargo, estos momentos de gracia a veces se ven interrumpidos por fallas técnicas (micrófonos defectuosos, subtítulos mal sincronizados) que perturban la fluidez de la experiencia.
Una narrativa destrozada
La historia comienza con el encuentro entre Almanda y Thomas Siméon, un cazador innu que se convierte en su marido. Este punto de partida aparentemente clásico sugiere una trama centrada en la evolución de su relación. Sin embargo, la pieza toma una dirección más fragmentada, donde los recuerdos de Almanda se entrelazan con historias ancestrales, tejiendo un marco más poético que narrativo. Lejos de una progresión lineal, la historia evoluciona al ritmo de las estaciones y las leyendas, reflejando una concepción del tiempo propia de la cultura Innu, donde la memoria colectiva y los relatos orales prevalecen sobre una estructura dramática convencional.
La poesía como soplo de identidad
La poesía de Joséphine Bacon, omnipresente en esta adaptación, trasciende el escenario. Al colaborar con Laure Morali, Bacon insufla fuerza lírica al texto, dándole al innu-aimun una gravedad y una belleza rara vez escuchadas en un escenario de Quebec. Al hacerlo, el lenguaje se convierte en una herramienta de resistencia y reafirmación de la identidad innu, un gesto que desafía la hegemonía cultural y reivindica la legitimidad de esta cultura en la escena nacional.
Es en esta relación, impulsada por una química palpable, que cobra vida el concepto de “hogar”: un espacio de pertenencia, no de propiedad.
El territorio como en casa.
En el centro de la pieza, emerge una oposición fundamental entre la visión innu del territorio –un espacio compartido y respetado– y la impuesta por el colonialismo, reduciendo la tierra a un objeto de posesión y explotación. Con delicadeza, la pieza ilustra la vida nómada de los innu, un “hogar” intangible moldeado por una relación armoniosa con la naturaleza y una lengua viva, en brutal contraste con la violencia de la sedentarización.
La historia de amor entre Almanda y Thomas Siméon – acertadamente interpretada por Étienne Thibeault y Léane Labrèche-Dor – sirve como punto de anclaje para explorar estos temas. Si bien Labrèche-Dor ofrece una actuación sincera, a veces lucha por trascender las limitaciones del texto para extraer una intensidad dramática más visceral. Su unión, aunque teñida de idealismo, encarna una alianza simbólica entre dos mundos al tiempo que cuestiona lo que realmente significa habitar un territorio. Es en esta relación, impulsada por una química palpable, que cobra vida el concepto de “hogar”: un espacio de pertenencia, no de propiedad.
Con Leyel Théâtre du Nouveau Monde marca un hito importante para el teatro quebequense, una oda a la memoria, al lenguaje y al amor, un poderoso recordatorio de que el pasado colonial continúa impregnando nuestro presente. Una invitación a reimaginar nuestra propia relación con el territorio y a reconocer la sabiduría de las voces indígenas que, hoy más que nunca, iluminan nuestro futuro colectivo.
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