lo esencial
Abdellah Taïa, autor de la novela “El bastión de las lágrimas”, acudió al centro de detención preventiva de Rodez en el marco del Goncourt de presos por el que se presenta. Un encuentro vivo, impactante, “sobrecogedor” para el escritor que ya ganó el Premio de Diciembre y el Premio de la Lengua Francesa.
Unas horas antes de recibir su premio de lengua francesa, en la gran feria del libro de Brive, entre los literatos, el escritor Abdellah Taïa pasó tres horas con los internos del centro de detención preventiva de Rodez. Tres horas intensas, con intercambios animados, sin superficialidades. Duro a veces, como puede serlo su undécima novela, “El bastión de las lágrimas”, por la que acumula premios. Por dura que fuera su vida, a la que vuelve en su novela. “Mi personaje ha vivido cosas horribles, yo he vivido cosas aún más horribles”dice.
“Es más intenso que en los salones literarios”
Su homosexualidad, las violaciones que sufrió, la pobreza… y sus hermanas. Los que abrieron el camino a esta novela que le llevó diez años estructurar y dos años escribir. Con los seis reclusos que acudieron a su encuentro, “El Bastión de las Lágrimas” fue un espacio de libertad en el que se trataron temas muy diversos. Desde el abuso infantil hasta el peso de los secretos, pasando por la homosexualidad y esta forma de hipocresía que puede apoderarse de la sociedad. E incluso se discutió el estilo de escritura, en debates abiertos y libres.
“Debo admitir que es más intenso que en los salones literarios”dice Abdellah Taïa, que había pasado unos días antes en la prisión de mujeres de Versalles y se preparaba también para ir a los centros de detención preventiva de Saintes, Grenoble y Marsella. Un “giro” que se inscribe en el Goncourt de los prisioneros por el que compite su novela, después de haber formado parte de la primera selección de Goncourt. “Estaría muy orgulloso si obtuviera este premio”les cuenta a los reclusos, a quienes les habló de su infancia en Salé, no lejos de Rabat, en Marruecos, donde se construyó una prisión justo donde él solía jugar. “Vi los muros subir y subir… construyeron una prisión en medio de los habitantes para los habitantes, así que íbamos allí a menudo”.
Isabelle Reclus, responsable local de educación, y Marc Delzescaux, profesor de primaria, estaban muy orgullosos de poder acoger a este escritor tan sensible como impactante. Y hemos podido apreciar la calidad de los intercambios a lo largo de esta mañana, al igual que Yvanne Morantin, coordinadora de Spip.
“Al leer su libro, sentí como si estuviera leyendo árabe en la estructura de la oración”dice un recluso. “No quería caer en la trampa de aprender francés para ser mejor que mi madre, que es analfabeta. Es en ella en quien pienso cuando escribo, no en Proust o Victor Hugo”. Abdellah Taïa dice que desde muy joven empezó a escribir cualquier cosa en un cuaderno. “No lo hice para ser escritor sino para dominar el francés, porque la gente se burlaba de los que no lo dominaban bien y eso me parece muy injusto”. “¿Le enviaste este libro a tus hermanas?” pregunta otro. “Los envié, pero no escribí este libro para hacer daño. Quiero avanzar hacia un amor que pueda renegociarse”.responde. Su personaje pide perdón a sus hermanas a las que ama pero que no han dicho nada sobre la violencia que sufrió. Pero que indirectamente le abrió el camino para escribir esta novela. Otro recluso explica con calma que ha leído la novela dos veces. Lloró, porque “muchas cosas resonaron en él” al leerlo.
Abdellah Taïa se muestra entonces para escuchar. En compartir. “Para mejorar en la vida, alguien más tiene que escuchar”. Con otro pierde los estribos. “¿De qué tolerancia estamos hablando? ¿La que dice vale, eres gay, pero no me vengas a molestar con eso?” El novelista entrecierra los ojos cuando un recluso le habla de la situación de los niños discapacitados en las islas. “¡Tienes que escribir en él!”
“Eres el Goncourt de los prisioneros”
A veces suenan carcajadas. Silencios también. Ya no estamos en un centro de detención sino en un salón literario. Abdellah Taïa da sus consejos de lectura, habla de los libros que le han impactado. Un participante pide un lápiz para escribir. Pasaron las horas. Rápidamente. El autor pide a todos que le den una palabra, un color, “algo positivo que me puedo llevar”.
Es hora de partir. Apretones de manos, fotos, gracias. Posible que algunos relean “El Bastión de las Lágrimas” después de este encuentro. “Para mí eres el Goncourt de los prisioneros”dice uno de ellos, que ha leído las otras novelas de la selección. Una vez que todos se han ido, Abdellah Taïa desliza: “Estos son encuentros desgarradores”. Se dirige a Brive, en tren, para recoger su premio de lengua francesa. Proclamará todo lo que esto significa para él ante un público que le brindará una gran ovación. Los detenidos de Goncourt le serán asignados el 17 de diciembre. Si gana, en Rodez, los presos aplaudirán. Otros pueden leerlo.
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