Por tanto, es en el corazón de sus colecciones donde el Museo Goya invita al público a cuidarse y vivir una sesión de relajación en un entorno excepcional. Sesiones un tanto especiales, acompañadas de las obras de Damien Deroubaix.
“Estar en un museo no es en absoluto el mismo ambiente. Y luego te permite desarrollar un poco más los sentidos y sumergirte en los trabajos y en un lugar como este no hay las mismas energías que en un estudio de yoga.” dice Isabelle Veaute-Tabarly, profesora de yoga.
Un viaje de cuerpo, mente y sentidos.
Lugar de transmisión e intercambio, el Museo Goya cree que también puede ser un lugar de encuentro con uno mismo a través de las obras. Su propuesta ofrece también un viaje del cuerpo, la mente y los sentidos ya que a la clase de yoga le sigue una sesión de observación de las obras. Por tanto, es descalzo que el grupo pasa a otra habitación. Alberga La Junta de Filipinas, una de las principales obras de Francisco Goya.
Las clases de una hora se ofrecen una vez por semana y se llevan a cabo únicamente el museo esta abierto. Sin embargo, la presencia de visitantes deambulando cerca no perturba la mente de los practicantes de ninguna manera.
“Me siento bien. Es un lugar que conozco, vengo a menudo al museo, pero esto es diferente. Logré ignorar completamente a los visitantes, no pensé en eso, estaba totalmente en los movimientos y la respiración.” asegura Christiane.
Por lo tanto, ningún visitante puede venir y perturbar la burbuja en la que se han acurrucado estos practicantes de yoga.
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