Santa Tecla, patrona de los desobedientes
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Santa Tecla, patrona de los desobedientes

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“La primera historia”, de Frédéric Gros, Albin Michel, 208 págs., 19,90 €, digital 14 €.

Cuando se ocupa de un acontecimiento o de un personaje histórico como novelista, el filósofo Frédéric Gros despoja a la mirada, da al lector autonomía de juicio liberándolo de las lecciones heredadas.

Allí estaba Urbain Grandier en el corazón del psicodrama que encendió a Loudun en la época de Richelieu (PoseídoAlbin Michel, 2016), más tarde Franz Anton Mesmer (El sanador de las lucesAlbin Michel, 2019), hoy, con La primera historiaSanta Tecla, mártir del protocristianismo, cuyo excepcional fervor popular le aseguró una fortuna duradera –es del siglo I–.es siglo situado entre los apóstoles – hasta la supresión de su culto por la Iglesia Católica en… 1969.

Aunque la trayectoria histórica de Teoclia está ampliamente documentada (su historia se considera la primera crónica cristiana), su memoria se ha ido borrando poco a poco y su singularidad radical se ha considerado improbable. Que una joven patricia de una familia adinerada de Iconio, la capital de Licaonia en Asia Menor, haya hecho de la virginidad la virtud suprema de la emancipación de la mujer mediante su conversión a las palabras de Pablo de Tarso es una fábula inaceptable. Pero ¿no es ésta una lectura anacrónica?

Frédéric Gros retoma el caso y nos invita a medir el asombro mutuo que une al ciudadano judío romano Saulo, perseguidor de los primeros cristianos, cuya conversión espectacular en el camino de Damasco le permitió considerarse apóstol de Cristo, y a la joven Theoklïa, que ve en su elogio de la virginidad una manera de escapar de un matrimonio que no desea, pero aún más de toda coacción masculina. Un cara a cara tan ardiente como frontal.

Pablo está cautivado, fascinado, avergonzado.

Theoklïa aplica sin reservas las reglas propugnadas por la conversa, con una radicalidad abrupta, hasta el punto de rechazar cualquier compromiso táctico, ya que lo que sucede en el Gólgota es el anuncio inminente del fin del mundo, el desenlace definitivo. Pablo está subyugado, fascinado, pero aún más avergonzado por esta discípula sin defecto, esta rebelde constantemente condenada a muerte en nombre de su insubordinación inaceptable, y también sistemáticamente salvada, contra toda expectativa.

Este momento de temporalidad inédita, donde el anuncio de la catástrofe inminente se reactiva con la fiebre del milagro repetido, sólo podía tener un héroe. En ningún caso una heroína. Si ella enarboló el pueblo de las mujeres, de ahí la fortuna de su memoria en el mundo ortodoxo, menos misógino que el cristianismo occidental, Theoklïa era fundamentalmente inadmisible en el panteón de la nueva fe. Porque rechaza lo que se espera de las mujeres, porque se disfraza, se viste de hombre por las necesidades de la predicación, elude cualquier encargo de los poderosos, enarbolando a su paso a los desheredados, a los débiles, a los vencidos, y en este juego las mujeres son siempre más maltratadas que los hombres.

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