El sol comenzaba a ponerse sobre la laguna de Lake Worth en Palm Beach el martes por la noche cuando Damien Stuck estacionó su gran camioneta blanca en el pequeño estacionamiento con una vista imponente de Mar-a-Lago, la casa de Donald Trump. Y sacó una enorme pintura al óleo del baúl.
Arriba: El expresidente, con el puño fuertemente apretado, el rostro contorsionado y goteando sangre, de pie debajo de una bandera estadounidense hecha jirones.
“Vine aquí para que me firmara mi obra”, dijo el joven de 30 años, después de haber viajado desde Tampa con su esposa y su hijo con la esperanza de conocer a su ídolo, que se ha convertido en el tema de su creación artística. “Pero la seguridad me impidió acercarme a la puerta de su club. Así que me quedaré aquí, esperando que me vea y venga a poner su firma en mi cuadro”.
Al final del día en Florida, Donald Trump no estaba allí, retrasado por obligaciones de campaña en Michigan. Pero la seguridad que rodeaba su residencia y su club privado en Palm Beach estaba allí, con su ” puestos de control ” controlando los vehículos que avanzan por el Puente Sur hacia Ocean Boulevard, sus patrullas policiales con luces intermitentes activadas, estratégicamente instaladas en los dos puntos de entrada del enclave residencial del expresidente gritando su lujo entre océano y laguna, luego sus garitas, instaladas en los jardines del inmueble para otear el horizonte y ver mejor las amenazas que vienen de lejos.
Un sistema reforzado desde el domingo pasado, tras un posible segundo intento de asesinato en dos meses contra el populista, frustrado por el Servicio Secreto, cerca de su campo de golf en West Palm Beach, a apenas 7 kilómetros de distancia.
Entre la desolación y la resignación
“La presencia policial siempre ha sido muy visible aquí desde que él es presidente”, resume en un francés impecable Vivian Treves, una jubilada que vive desde hace 13 años a pocas cuadras al norte de la residencia del republicano. “Desde el domingo, ha sido peor. Por supuesto, muchos aquí se quejan de ello. Tengo amigos que son dueños de negocios y están perdiendo clientes debido a los cierres de carreteras y los desvíos que conllevan. Pero, ¿qué quieren que hagamos? Es su residencia privada. Hay que protegerla”.
Entre la desolación y la resignación, los vecinos de Donald Trump acogieron el lunes el anuncio del sheriff del condado de Palm Beach, Ric Bradshaw, de que la seguridad había sido puesta a su “máximo nivel posible” en los alrededores de Mar-a-Lago. Esta medida ya había sido reforzada tras el 13 de julio y el intento de asesinato del político en Pensilvania, pero fue suavizada en agosto tras las protestas de algunos vecinos molestos por el cierre permanente del tramo de calle frente al club privado del multimillonario, que da acceso a Palm Beach desde el sur.
La restricción fue levantada cuando Donald Trump no estaba en casa. La detención de un hombre que decidió acampar, escondido entre los arbustos, con comida y armas de fuego, a lo largo del campo de golf donde el expresidente había decidido ir a jugar el domingo con un importante donante del partido, puso fin a esta excepción.
“Afecta la vida cotidiana de la gente aquí”, dijo John Scarlett, propietario de una tienda de cigarros y vinos en el centro de esta acaudalada zona de Florida. “Para las personas que vienen de fuera de la ciudad a trabajar aquí, tienen que levantarse más temprano, perder entre 30 y 40 minutos en la carretera durante la hora pico para sortear el cierre del puente y lidiar con los atascos que crea en otros puntos de entrada a la ciudad”.
Los puestos de control también alargan las jornadas laborales de muchos trabajadores que vienen a construir, mantener o renovar las calles y residencias multimillonarias del vecindario inmediato de Donald Trump. Estos trabajadores ahora se ven obligados a someterse a inspecciones exhaustivas de vehículos y materiales cada vez que ingresan al enclave.
“Es más complicado, pero lo asumimos”, añade Scarlett, evitando hacer comentarios sobre las amenazas que pesan ahora sobre el expresidente, que lleva varios años lanzando discursos de odio, ataques personales y divisiones. “No hay que hacer política sobre la seguridad de uno de los habitantes de la ciudad”, afirma el comerciante.
Investigación
No es esa la opinión del gobernador Ron DeSantis, que el martes llevó al terreno político el aparente segundo intento de asesinato sembrando abiertamente dudas sobre la capacidad del gobierno central estadounidense para arrojar luz sobre la planificación de este crimen y castigar adecuadamente a su autor, Ryan Wesley Routh, acusado el lunes a nivel federal por posesión ilegal de arma de fuego. El hombre nunca disparó un tiro. Nunca tuvo a Donald Trump en la mira.
El gobernador republicano, un adversario de Donald Trump que se ha convertido en su aliado en la actual campaña electoral, anunció posteriormente que las autoridades de Florida iniciarán su propia investigación sobre este posible intento de asesinato del expresidente. “Tenemos un gran interés en que este sospechoso rinda cuentas”, afirmó Ron DeSantis en una rueda de prensa.
No es raro que las autoridades federales y estatales realicen investigaciones simultáneas sobre el mismo delito, y a veces los estados presentan cargos más severos que el nivel federal, y viceversa.
En el aparcamiento de Bingham Island, la puerta de entrada a Mar-a-Lago, Damien Stuck ya tenía su veredicto sobre el caso. “Deberíamos poder aceptar las opiniones de otras personas sin recurrir a las armas y la violencia”, dijo. “Creo que el primer atentado contra Donald Trump despertó a mucha gente como yo que lo apoyaba, pero no lo decía demasiado alto, por miedo a ser juzgados y tener que soportar el odio de los demás. Y el segundo intento refuerza nuestra decisión de dejar de escondernos y afirmar nuestro apoyo sin miedo”, concluyó.
Este informe fue financiado con el apoyo del Fondo Transat para el Periodismo Internacional.-El Deber.
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