Desde sus primeros minutos, Línea Verde marca un tono: el de una historia que trasciende la experiencia individual para alcanzar un alcance universal. “La película no trata sobre la guerra del Líbano, sino sobre lo que significa ser un niño en una guerra, en cualquier parte del mundo”, explica Sylvie Ballyot. Este largometraje de 2,5 horas navega entre diferentes formas narrativas: animación, testimonios documentales y escenas de ficción, una mezcla atrevida que da vida a la historia de Fida Bizri.
“Fida nació en plena guerra civil libanesa en los años 1970, ya adulta, regresa a esta época con figuritas que representan a los niños de su pasado, para dialogar con los excombatientes”, continúa el director. Este diálogo intergeneracional, a veces silencioso, a veces discordante, abre una reflexión sobre las cicatrices dejadas por la guerra y su transmisión.
Línea Verde: una frontera en el centro de la historia
El título, Línea Verde, se refiere directamente a la línea divisoria que separaba el este de Beirut del oeste de Beirut durante la guerra civil. Pero esta línea simboliza mucho más: es también la tenue frontera entre la vida y la muerte, la niñez y la edad adulta, la esperanza y la desilusión. “En tiempos de guerra, las fronteras desaparecen o se vuelven porosas. La vida y la muerte, la inocencia y la violencia se fusionan”, explica Ballyot.
Esta vaguedad se hace palpable en la película, especialmente a través de escenas animadas en las que la niña Fida atraviesa espacios imaginarios, cuevas de madera y bosques misteriosos, para escapar de la brutalidad de la realidad. “Estas secuencias simbolizan el refugio mental que crea un niño para sobrevivir. En una de las escenas más impactantes, Fida, amenazada por un miliciano cuando sale de la escuela, abandona su cuerpo y entra en la mirada del hombre, esperando así escapar de su destino. »
Una palabra entre lo dicho y lo no dicho
Si Green Line explora los traumas de la infancia en guerra, también cuestiona los silencios y las cosas no dichas que dejan los conflictos. “La Fida dialoga con ex milicianos, pero no todo se expresa verbalmente. Las miradas, los silencios, transmiten tanto o más que las palabras”, analiza Ballyot.
En este enfoque, la película adopta una estética inmersiva e introspectiva. “El cine nos permite captar emociones en silencios, gestos, rostros. Esto crea una conexión inmediata y universal con el espectador”, añade.
Para ambos artistas, Green Line es ante todo una obra sobre fronteras, ya sean físicas, emocionales o simbólicas. “Las fronteras definen y dividen, pero también pueden cruzarse y repensarse. En estado de guerra, adquieren otro significado, se vuelven borrosos”, confiesa Ballyot.
Este cuestionamiento va más allá del contexto libanés para unirse a una reflexión universal sobre la resiliencia humana y el impacto de los conflictos en las generaciones futuras. A través de esta exploración de límites; Geográfica, interior y narrativa, Green Line se revela como una obra de rara intensidad, impulsada por una puesta en escena sensible y la libertad de expresión. La película trasciende el marco de la guerra para interrogar a los espectadores sobre su propia relación con la frontera, la infancia y la humanidad. Un largometraje que, al tiempo que muestra las heridas de la historia, ofrece un espacio para el diálogo y la catarsis.