“Henri the Green” (Der grüne Heinrich), de Gottfried Keller, traducida del alemán (Suiza) por Lionel Felchlin, Zoé, 912 p., 28 €, digital 17 €.
A pesar de su multilingüismo, Suiza está experimentando una disminución en el conocimiento y la práctica mutuos de los diferentes componentes lingüísticos en su suelo. De ahí el loable esfuerzo de traducir al francés las obras maestras producidas en la parte germanófona, esfuerzo apoyado por las ediciones Zoé (Ginebra) poniendo a disposición del público francófono, en nuevas versiones, las novelas escritas por uno de los más grandes escritores de la Suiza alemana, cuyo brillo se extendió por toda Europa, Gottfried Keller (1819-1890). Con Enrique el Verdecuya última traducción de Aubier, de Georges La Flize (1946), quedó agotada, renace como un clásico de la literatura en lengua alemana, estudiado en los institutos y considerado el modelo mismo de Bildungsroman (novela de formación), salpicada de alusiones autobiográficas, al igual que Los años de aprendizaje de Wilhelm MeisterGoethe (1795).
Y Guillermo Maestro puede aparecer como una obra de transición entre la Ilustración y el Romanticismo, Enrique el Verde encarna el cambio del romanticismo al realismo que dominará las letras europeas en la segunda parte del siglo XIX.mi siglo, ilustrado en Francia por Flaubert, Zola, los Goncourt, etc. La historia que ofrece, entre otras cosas, de la “conversión” del protagonista al ateísmo – refrescante, en nuestra época del “regreso de la religión” -, bajo la influencia del filósofo Ludwig Feuerbach (1804-1872), asesino de la fe, Admirado y criticado por Marx y frecuentado por Keller en Alemania, vincula estas páginas a veces bucólicas con la atmósfera intelectual de una modernidad desencantada. Escrito por primera vez en Berlín, Enrique el Verde Tiene la singularidad de existir en dos versiones, o en dos momentos de la vida literaria. El primero data de 1855. Habiendo dejado al autor insatisfecho, Keller tardó más de veinte años en proponer un segundo (el que aquí traducimos), en 1879, pero los dos textos seguirán circulando en paralelo hasta nuestros días. .
La mirada de un colorista
Enrique el Verde Sin embargo, no pertenece sólo a la historia de la literatura. Para el lector actual, permanece intacto el encanto enteramente pictórico de sus descripciones oníricas de la campiña suiza, las caminatas por las montañas y la emoción orgiástica de las fiestas de los pueblos, cuyos habitantes recrean la epopeya de Guillermo Tell, con motivo de un carnaval que degenera en bacanal casi pagana y que desemboca en un erotismo ya desenfrenado. Siguiendo una vocación frustrada de paisajista, como el propio Keller –que la transfirió a la escritura–, Henri, el protagonista, sabe contemplar la naturaleza en la belleza de sus detalles con ojos de colorista. Evoca así su manera de pintar bajo la guía de su mentor Römer, que luego hundiría en la locura, en una alegoría del estilo del escritor: “El nuevo deseo por la sencillez del tema (…) me permitió ordenar espontáneamente los diferentes planos, distribuir la luz sin dificultad y llenar cada parte con criterio y claridad (…). Me gustaba mucho colocar en la sombra uno o más objetos que mis estudios sacaban a la luz, y viceversa. »
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