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Stéphane Mandelbaum, brillante, trágico y fascinante

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La fuerza de sus dibujos y pinturas está íntimamente ligada a su vida. Podemos leer la obra iconoclasta de Mandelbaum como el diario de un artista que, por un lado, se crea a sí mismo como un personaje romántico y, por otro, sigue una búsqueda de identidad impulsada por su herencia judía.

“Pintor y bandido” tituló Le Monde, “Tan grandioso, tan trágico” titulamos, Se le han dedicado varios libros, incluido el de Gilles Sebhan en 2014, Mandelbaum o el sueño de Auschwitz (Nuevas Impresiones).

El retrato publicado hoy por Ediciones CFC de la escritora Véronique Sels, nacida en 1958 y autora ya de cinco libros, permite redescubrir los puntos fuertes y las ambigüedades de Stéphane Mandelbaum.

La exposición de Stéphane Mandelbaum en el Museo Judío

El libro se basa en los elementos biográficos del artista y el testimonio de sus allegados. Eligió convertirla en una autobiografía ficticia (donde todo es verdad), puntuada en todo momento por inicios de frases al estilo de Pérec. “Soy. Yo nací. Soy Pasolini…”. Un encantamiento que captura la búsqueda compulsiva de Mandelbaum por su identidad.

Diseñador y pintor, imaginó su primer funeral a los 4 años y realizó su primer autorretrato de gran formato a los 15, mostrándose colgado de un gancho para carne, con un chorrito de sangre en lugar de los genitales. Un cuadro que presagiaba su vida romántica y dramática.

Stéphane Mandelbaum en su taller ©Crédito: familia Mandelbaum

Diseñador brillante

Era hijo del pintor Arié Mandelbaum, que fue profesor durante mucho tiempo en la Escuela de Artes de Uccle antes de convertirse en su director entre 1979 y 2004. Arié Mandelbaum también tuvo una magnífica exposición en el Museo Judío de Bélgica. En el libro de Véronique Sels, este padre artista aparece con una gran empatía hacia su hijo.

Stéphane Mandelbaum era, pues, ya a los 15 años, un artista talentoso, fascinante y él mismo fascinado por los soles negros que aspiraban al adolescente: Pierre Goldman, el escritor que cayó en el bandidaje, Pasolini asesinado en la playa de Ostia, Francis Bacon, Rimbaud, Ōshima y El imperio de los sentidos. Pero también las repulsivas figuras de Goebbels y Rhöm.

Gravemente disléxico, asistió a la escuela de pilotos Snark en La Louvière. El libro cuenta la vida de la tribu Mandelbaum (con sus hermanos Arieh y Alexandre), atormentada por los dramas judíos, atravesada por las utopías libertarias del 68.

En su obra más provocativa, Stéphane Mandelbaum mezcló pornografía y nazismo, como si quisiera crear a través del dibujo esta doble transgresión que evocara lo que entonces no se mencionaba en las familias judías: la deportación como tabú como el tabú sexual. Él, el disléxico, llegó a aprender yiddish.

Fue en el dibujo y luego en el dibujo con bolígrafo, garabateado como un gesto al estilo Basquiat, en los límites del art brut, donde creció el genio de Mandelbaum.

Sus obsesiones están omnipresentes en los márgenes de sus dibujos y retratos, donde el graffiti y la escritura parecen querer contaminar simbólicamente el tema y mostrar la ambigüedad fundamental de las cosas.

La biografía de Stéphane Mandelbaum por Gilles Sebhan

Todavía lo vemos cuando dibuja, al final de su vida, a los clientes y prostitutas de los bares de Matonge. Ya anuncia en sus frases escritas en papel su muerte inminente mientras insulta al mundo entero.

Todos sus bellos retratos de las figuras tutelares –su padre, su tío, Bacon, Rimbaud, Pasolini– o sus fantasías –Goebbels– son sorprendentes, ya que van a lo esencial.

Sabemos cómo se vio invadido por su incesante necesidad de adrenalina, atrapado en una fantasía de bandidaje y del inframundo y perdido en círculos turbios que acabarían por destruirle. Participando en el tráfico de arte africano y en dos robos, fue asesinado por orden de quien ordenó el robo de un cuadro de Modigliani. Los niños encontraron su cuerpo desfigurado cerca de Namur. Tenía sólo 25 años. Sus demonios internos habían alcanzado su vida real. El libro de Véronique Sels le rinde un magnífico homenaje.

Retrato de Stéphane Mandelbaum, de Véronique Sels, Éditions CFC, 143 págs., 18 €

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