Cléo Louvent Johnson será famosa o no lo será. Ser una estrella mundial del canto es su plan de carrera y su camino de vida. ¡Y lo logra! Al ganar el premio gordo –la fama absoluta y los millones que la acompañan–, descubre también que la novia es menos bella de lo que le habían prometido. En la cima de su carrera y al borde del abismo, se condena a descansar en una isla desierta, privada de compañía y de medios de comunicación: la oportunidad de hacer balance y contarnos en detalle su fabuloso ascenso. “La extrema notoriedad ha liberado a la bestia que hay en mí, despiadada y cruel (…) La fama es un botín de guerra”, nos advierte. En el origen de semejante destino, la confianza en sí misma: “Soy excepcional, pero temo que nunca me permitan demostrarlo brillantemente”, así que comienza a escribir sus canciones, un estribillo en el que dice que merece algo mejor que esta “pequeña vida de mierda”, otro en el que evoca su incapacidad para amar. ¡Bingo! El éxito vuelve, ella está preparada, se inventa una historia y se quiebra, en las redes se hace la chica humilde y simpática, pero es todo lo contrario. Su nombre y sus canciones están finalmente en boca de todos, se vuelve cautivadora: la mesa se queda en silencio cuando ella habla y su madre ya ni siquiera quiere que vacíe el lavavajillas. Pero su soledad crece a tono con su gloria… “El verdadero problema de los sueños es cuando se hacen realidad”, ¿qué se puede querer cuando se tiene todo? ¿No le había advertido su padre: “hija mía, (…)
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